domingo, 4 de octubre de 2009

Músicos en andamio. Musicología disparatada

Músicos en andamio: Pobres músicos y músicos pobres(1)


Por: Pablo Guerrero Gutiérrez





Como soy un pobrecito
indigno de tu presencia,
vengo á cantarte de noche,
por no morir de vergüenza.
Copla del cancionero popular ecuatoriano (s. XIX)


Al escribir sobre la pobreza de los músicos, nos referiremos únicamente a esa tristeza que causa la escasez de recursos económicos -pues un músico haciendo sonar su instrumento tiene la alegría de los niños y a una persona con aquella felicidad difícilmente puede mirársela con conmiseración. Una persona con música, muchas veces es la riqueza de toda una comunidad o un pueblo. Algún filósofo decía “el pueblo que pierde su música no es un pueblo pobre… es un pueblo miserable”.

Pero si quisiéramos hacer la elegía del músico pobre habría que apuntar nuestra mirada a los músicos que acompañan a los danzantes indígenas en los pueblos olvidados, pingulleros viejos (los últimos que quedan) con trajes endomingados y remendados en calles polvorientas, los músicos de cantinas –cuando existía este servicio- y entierros con sus instrumentos destartalados, o los músicos callejeros con sus discapacidades a cuestas, nuestras pobres bandas populares y mochas de negros, indios y mestizos que, a fuerza de convicción comunitaria, mantienen su música y su cultura, a las que después decimos -desde el discurso cultural ciudadano- que son parte fundamental de nuestra identidad. Tan fundamental será que… siguen siendo pobres…


Ser músico en este pueblo
es ser loco ó muy sencillo,
pues pagan por día y noche
un trago y un papelillo.

Copla del cancionero popular ecuatoriano (s. XIX)


Pobres bandas de música de aquellas recónditas poblaciones con sus instrumentos golpeados, enmohecidos o descoloridos. Recuerdo haber visto una foto de comienzos del siglo XX de una paupérrima banda de pueblo, cuyos integrantes se habían esforzado en conseguir levitas, prestadas suponemos, pues les quedaban o muy apretadas o muy flojas; y ciertamente el traje les daba un aire más formal, más distinguido si fuera que la pobreza puede disfrazarse de distinción con trapos ajenos –esa moda solo estuvo reservada a los chullas quiteños o chullalevitas; sin embargo si uno apuntaba la vista a la parte inferior de la mencionada foto encontraba que algunos de los músicos no usaban zapatos. El traje era solo para la historia de la imagen fotográfica, luego… a devolverlo.



Si en las pascuas u otras fiestas
Sale un pobre algo mudado,
Todos en viéndole dicen:
"Este sin duda ha robado".
Copla del cancionero popular ecuatoriano (s. XIX)


El compositor y comentarista musical cayambeño Francisco Salgado escribía sobre el trajín de las bandas, trajín por buena parte del territorio, tocando en las condiciones más difíciles, en soles calcinantes, en temperaturas extremas, en terrenos agrestes, en lluvia y a veces en transportes móviles, encima de trenes, barcazas, canoas. No en barcos ni buques pues estos estaban reservados a las orquesta, mucho más refinadas por supuesto.


Banda en un paseo acuático. Foto ca. Años 30’s. AH-BCE.

Así mismo el escritor José de la Cuadra nos dejó un auténtico retrato de la vida musical de la banda de pueblo. Su cuento descubre al músico popular en grupo con sus padecimientos, anhelos, tristezas y alegrías. El escritor apunta en su Banda de pueblo -obra que debería llevársela al audiovisual- y que fuera escrita en los años 30’s, que uno de los sanjuanitos del repertorio de la banda era: Pulí, pulí, cuyo texto decía:

San Juanito, nito,
De Pulí, Pulí…
¡Sácate los ojos!
Dámelos a mí”

La partitura de esta danza indígena la encontramos en una biblioteca de Guayaquil.




Otro relato corto que deja marca en la memoria es la Banda de Nepomuceno (1918) un cuento costumbrista guayaco del Amigo Fritz (Modesto Chávez), que mostraba a la banda como el adorno de un politiquero que a través de ella se encumbraba en su medio social.

-Y sabe música? Se atrevió a preguntar el nuevo Teniente Político.
-Y música pa qué, pa una banda? Todos tienen buen oído los muchachos que me hei fijao: el sacristán toca viguela, en prima, mi chico sabe rondín de memoria; er de usté salió tocando bandurria de su naturá, y con que a los demás se les enseñe a soplar el clarinete u er contrabajo y a dajle juerte ar bombo y los chinesco, ya tenemos lo más utir y elucuente. ¿Se apreba?
-Aprobao!

Otro cuento, Los músicos de Calpi (1891) narraba como se desbarataban las bandas de música cuyos miembros eran obligados a integrarse a las milicias de cualquier bando: la suerte de aquellos músicos estaba signada por la tragedia de la guerra.

¡Pobres músicos! Ellos que tan ufanos pasaron el día y que acariciaban la bella idea de cambiar de uniforme, con la ganancia que les reportara esa fiesta, fueron cogidos cuando más alegres estaban, como ratones en trampa, y veíanse obligados, por la voluntad despótica de un militar endiosado, á separarse de su amado pueblo, despedirse quizás para siempre de los suyos y marchar después de algunas horas á un país desconocido por ellos y temido por su temperatura y epidemias. El infeliz jorobadillo se encomendaba á todos los santos del calendario y lloraba como una Magdalena arrepentida; el del bajo trató de escabullirse, pero tuvo la mala suerte de tropezar en un cajón y caer al suelo,; lastimándose la frente en su mismo instrumento; el del tambor, retorciendo impaciente sus largos bigotes, pronunciaba palabras incoherentes, de las que él mismo no se daba cuenta; el del violín, cojín cojeando, iba de Herodes a Pilatos, sin saber de quién valerse en tan apurado trance; el de los platillos manifestó su asombro y su pesar abriendo la boca una cuarta, y todos en general estaban abrumados con el peso de tamaña desgracia.

Los músicos, con pocas excepciones, en general han sido pobres, pero sufren la pobreza de distinta manera. Unos integrados a las esferas sociales acomodadas, haciendo bailar a los empingüinados, otros apostados en el oscuro y oculto puesto de los organistas en el coro de los conventos religiosos como maestros de capilla; otros músicos los hallábamos en las bandas militares, a cuyos directores incluso les daban rangos de la milicia; los músicos de serenata o lagarteros, los músicos de cuerda (guitarra) y los músicos de tecla (piano), obviamente los de cuerda eran los pobres. Sí, han habido músicos para pobres y músicos para ricos; igual que han habido compositores de ricos y creadores del pueblo. En Guayaquil el compositor liberal Antonio Cabezas escribió su pasillo titulado Soñarse pobre, en cuya portada impresa se ve a una mujer de la clase privilegiada atormentada con solo pensar en la pesadilla de volverse pobre.

Había también músicos pobres más radicales. En la misma ciudad porteña, en la rivera del Guayas, el jazzista y compositor Nicolás Mestanza publicaba en el diario Arte, de la Escuela Popular de Música, la frase: “Músicos del mundo uníos”, lo que equivalía a decir “pobres de mundo uníos”. Finalmente Mestanza fue desterrado por enseñar a sus estudiantes a cantar La Internacional del partido comunista... pobre.

Pobre, no pidas al rico,
pide más bien a otro pobre.
que él sabe lo que es el hambre
y no te dirá: "Perdone".


Los músicos cuyo escenario es una acera o una plaza y su audiencia los transeúntes que por ella pasan, no, no son músicos mendigos, sino músicos callejeros que significa que su actividad se desarrolla en la calle; no, no piden caridad, reciben monedas a cambio de su trabajo musical. Desde la escuela en el camino de vuelta a casa, en el centro de Quito, recuerdo –y quienes lo vivieron también deben recordarlo- a distintos músicos con flautas, pífanos, rondadores y tamboriles pequeños, acordeones destemplados, guitarras partidas y viejas.

Un músico casi ciego que me impresionaba tocaba una especie de bandoneón en la calle Bolívar, músico de pequeñísima estatura, con levita y sin zapatos, con sombrero (un tanto alargado que hacía su imagen más extraordinaria), con lentes redondos y barbas de bruja que salían de su barbilla pequeña. Se colocaba o le colocaban un plástico que cubría una parte de su cuerpo en días lluviosos. Tocaba sin cesar música ecuatoriana, solo recuerdo una especie de interminable sanjuanito. Un plato en el suelo era el encargado de acaudalar las escasas monedas que un piadoso transeúnte lanzaba en su interior. A veces me quedaba escuchando a distancia prudente la música que brotaba de los botones que pulsaban los dedos nudosos del impresionante músico. Hace poco tiempo vi a un guitarrista ciego en similares circunstancias, pero con la novedad que el plato para las monedas estaba atado con una cuerdilla a través de un pequeño orificio, a su banquillo: experiencia de pobres.



Nada de esta vida dura,
fenecen bienes y males,
y al cabo todos iguales
somos en la sepultura.
Copla del cancionero popular ecuatoriano (s. XIX)


Para terminar con este pobre artículo hay que señalar que en el catálogo de piezas musicales pobres están el Pobre corazón (Guillermo Gazón), Pobre barquilla mía (antiguo yaraví tradicional), Pobre mi tierra (Antonio Cabezas), Pobrecito mi cariño (Nicasio Safadi), Pobre serrana (Francisco Paredes), entre otras pobrezas… Mejor olvidémonos de de lo que se ha dicho aquí, pues a quién le gusta hablar o mostrar las pobrezas, conformémonos con que en muestra tumba se escriba:


En la cruz de mi sepulcro
me han de poner un letrero
que diga así: "Aquí yace
sin ataúd un pobre guitarrero".
Copla del cancionero popular ecuatoriano (s. XIX)


Quito, 29 de septiembre, 2009

1. A la memoria de Segundo Alulema, Indio pifanero, músico y callejero, con quien nos embebimos en una tarde de música y curiosidad indigenista.

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