Los Domingos del Pueblo
Hay una foto familiar que fue tomada en el parque de El Ejido, con
aquellas antiguas cámaras de capucha, en las que se imprimían unas fotos
blanquecinas que hacían ver a los retratados como fantasmas; esa foto corresponde a la primera vez que se hicieron los “Domingos del Pueblo”. Mi padre, sin
querer, nos hizo levantar a las tres de la mañana para llevarnos al evento del
cual era su creador y organizador, supongo que la ansiedad de llegar temprano y
el hecho de que no disponía, ni él, ni nadie en la casa, de un reloj que nos señalara
la hora adecuada, hizo que estuviésemos tan temprano en las calles del centro
histórico dirigiéndonos a la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Esta situación no
se nos ha olvidado y de vez en vez, en las reuniones familiares, nos reímos de la
circunstancia.
Este suceso narrado por mi padre en su “Diario” -en realidad un
cuaderno grande en el que solía hacer apuntes en forma desordenada- quedó plasmado
con su testimonio de cómo se concretó el primer “Domingos del Pueblo” y algunos
de sus participantes. Esta historia breve nos trae algo de nostalgia y dolor, así
como una profunda admiración a quién supo, venciendo las dificultades propias
de nuestro medio, forjar los primeros eventos con los que la Casa de la Cultura
Ecuatoriana se comprometía con la población llana y dejaba de ser el reducto de
nuestros célebres genios de la época, así como inspiración para otras personas
que organizaron eventos similares posteriormente en otras instancias.
Después de leer una parte del contenido del Diario, he creído que la
acción de mi padre debe darse a conocer desde sus propias palabras, por ello
transcribo esta historia tal cual consta en sus maltrechas páginas, que leídas
en estos días parece cuento de ficción, pero que de cierta manera sigue siendo
de actualidad.
Pasemos a transcribir lo dicho:
1 de agosto de 1971 (domingo)
Nuevamente he resuelto
comprometerme con la revolución de mi país. Mi querido pueblo está en la más
espantosa desesperación y miseria, ya no puede más. Va de frustración en frustración,
el hambre lo está devorando en las fauces insaciables de la más terrible
oligarquía, en las manos sangrientas del más infame e inmoral de los
gobernantes. He resuelto ser uno más de los soldados del pueblo que van
engrosando las filas del ya gran Comité [se refiere al Comité del Pueblo]. Sé
perfectamente que el Comité es una bomba y que irremediablemente reventará; en
las últimas sesiones, parecería que ya se escucha el rumor de la mecha
prendida. Sé además que aquella dinamita dejará algunas víctimas en su
estallido y que nada difícil es que sus esquirlas atraviesen mi corazón. El
enemigo está despierto, y lo sabe: sus noches deben ser densas y difíciles,
entretejiendo crímenes macabros, puñaladas traicioneras, maniobras infernales.
No he olvidado que tengo siete
hijos de mi sangre, todos niños aún. Pero el riesgo vale, porque cuando sean
hombres y sean mujeres espero que vivan la nueva Patria, no la madre Patria
prostituida que hoy miramos y sentimos con desesperación y dolor, mientras sus
malvados tratantes la pisotean y la desprecian.
Sé que el pueblo ya tiene un líder, el
Presidente del Comité [Carlos Rodríguez], revolucionario sacrificado,
inteligente, honesto, capaz de llevar su ejército hasta las últimas
consecuencias.
Todo esto me ha hecho pensar en
recoger de mi memoria algunas imágenes duras, un tanto anecdóticas de la vida
sencilla de un hombre modesto que sintió en su carne el sistema político que le
correspondió vivir.
-.-
Había sido llamado a trabajar
como Jefe de Relaciones Públicas en la Casa de la Cultura por un viejo amigo
mío, inteligente y gentil. Encontré, sin embargo, que el cargo no estaba
vacante; un joven periodista tenía ese nombramiento; pero, por desgracia, tenía
tantas y tantas ocupaciones, que con gran dificultad se daba tiempo a retirar
sus sueldos.
Por otro lado, cuando quise tomar
en mis manos las funciones para las que fui contratado, por tres meses, con
1.500 sucres mensuales, pese a que el sueldo del muy ocupado periodista era de
2.500, descubrí que tales funciones las ejercía otra persona, un hombre multifacético:
novelista, pintor, poeta, escritor de teatro; un hombre realmente muy
importante. Me miró con desprecio, pero también con celo. Pronto me enteré de
que aquel genio nacional era un verdadero capataz de la Institución; al tercer
día de mi llegada también fue el mío y me injurió sin que exista motivo alguno,
simplemente era una forma de participarme su valía.
Había advertido para entonces,
que una pequeña oficina de la Casa, tenía un rótulo: “Relaciones Públicas”, en
donde un poeta de barba ejercía su reinado. Cuando se anotició de mi presencia
empezó a mirarme despectivamente. Supe que a aquella oficina yo no podía
entrar, era un mundo aparte.
Mi amigo inteligente y gentil me
dijo que lo más conveniente para evitar problemas, era compartir un rinconcito
en su despacho, situado en el subterráneo. Así lo hice.
Cuando mi amigo me llevó a que me
ponga a órdenes del brillante Secretario General de la Entidad, éste expresó
que convenía que sepa que la Casa de la Cultura Ecuatoriana no tenía ninguna
partida disponible para pagar mi sueldo y que por otra parte el contaba con su
Jefe de Relaciones Pública, el hombre multifacético.
Así las cosas, no se firmaba el
contrato, pero de toda suerte yo era puntual a mi flamante trabajo. El problema
se complicó un tanto, cuando trataba de hacer alguna cosa, servir para algo, y
encontraba que era tarde, ya estaba interferido, ya me habían puesto
dificultades. Esto me avergonzaba, porque pasar sentado mucho tiempo, con las
manos cruzadas, es algo que aburre, por más vago que uno sea.
Un peruano fue mi salvación; era
el señor Miró Quezada. A las seis de la tarde de cierto día fui llamado por el
Señor Presidente de la C. de la C. E.[1],
quien me dijo: “Acaba de llegar al Hotel Quito uno de los hombres más
importantes del hermano país del Sur y mi amigo personal, el señor Miró
Quezada. Ud. a partir de este momento queda encargado de la promoción. Le
prevengo, que el señor Miró Quezada, es además filósofo”.
Me gasté una carrera de automóvil
y me enfrenté a tan importante hombre. Realmente, es complicado enfrentarse a
un filósofo, sin embargo nada me pasó. El señor Miró me borroneó un currículum
vite y con él partí en busca de una máquina de escribir y relatar el gran
acontecimiento de su llegada.
Al mirar su currículum me
extrañó, que en ninguna parte había algo que diga de su profesión de filósofo,
sin embargo, pensé en mis adentros que pudo ser un olvido: “es posible que
también los filósofos sepan olvidarse”, me dije.
Fui a los periódicos a ofrecer y recomendar
la publicación de la noticia, me valí de mis amigos. Uno de ellos al mirar el
lid de la noticia, sorprendido me dijo: “¿pero es que en América hemos tenido
un filósofo?”; -“No lo sabía?”, le respondí con una seguridad que humilló
realmente a mi amigo del periódico.
Al siguiente día los titulares de
la prensa coincidieron: “Filósofo peruano llegó a Quito. Hoy ofrecerá
conferencia de prensa”.
A la hora de la conferencia el
salón de la Presidencia quedó estrecho.
Según supe más tarde, nunca la Casa de la Cultura había contado con tantos
medios de información colectiva en sus manos. Fue algo inaudito el éxito que
alcanzó el señor Miró Quezada en todas las actividades que cumplió en Quito.
Indudablemente era un hombre de gran simpatía, muy inteligente y versado.
El Señor Presidente de la Casa de
la Cultura, pese a toda su genialidad fue generoso conmigo, me felicitó por mi
trabajo de dos a tres veces.
Esto me sirvió para poderme
deslizar con un poco más de confianza por los pasillos de la CCE. Los porteros,
e inclusive otros empleados de la Institución, empezaron a contestarme el
saludo.
Realmente, las cosas habían
cambiado para mí. Decidí entonces, ser un audaz.
Había sido mi ambición de
siempre, que los artistas, los hombres de talento, los genios, se acerquen, le
den al pueblo el chance de que los conozca, de que los admire, de que los
aplauda en todo su valor y grandeza. Maduré la idea y un día del mes de enero,
redacté mi plan: “llegar al pueblo ha sido una vieja aspiración de la CCE, para
satisfacer tan patriótico propósito, me permito poner a su consideración el
siguiente plan”. Luego venía la concreción del programa. Cada mes, un domingo,
todos los recursos artísticos y humanos de la Institución saldrán al parque de
El Ejido, en donde se congregará al pueblo. El plan señalaba el más mínimo de
los detalles y terminaba diciendo que estos festivales no tendrían ningún
costo, pero que era necesaria la colaboración de todos y cada uno de sus
ilustres miembros.
Personalmente entregué al señor
Presidente el atrevido documento. Él lo tomó y lo guardó sin leerlo.
Pasó lo que restaba de enero,
luego febrero y no tuve respuesta. Por último conocí que el señor Presidente
había viajado a Méjico, conjuntamente con su Secretario General.
El Lcdo. Darío Moreira, Vicepresidente
de la Institución quedó al mando de la misma. Aproveché mi vieja amistad con
él, y en su despacho, le indiqué que un proyecto que lo había presentado no
había recibido ninguna respuesta y que deseaba que él se interese por el mismo.
Me pidió que le explique en qué consistía. Así lo hice. Luego me dijo que la
Entidad no tenía dinero. Le indiqué que
no era necesario. “Pues entonces, hazlo! me respondió. “Gracias”, le dije con
alegría y estreché su mano.
Fue entonces cuando caí en cuenta
de que me había metido en un serio problema. El Coro de la Institución no podía
participar por ……; que tampoco podía actuar el Teatro, por cuanto los actores
estaban divididos en bandos, unos contra otros, y todos contra sus directores;
que la Orquesta no era de la Institución y que además, al aire libre, se podían
destemplar los instrumentos; que los artistas lojanos que estaban en Quito en
el programa “Loja canta a Quito”, tenían que retornar a su tierra justamente el
primer Domingos del Pueblo, el domingo siete de marzo.; que los cuadros de los
museos solo podrán salir de ellos, con autorización del pleno de la Casa, según expresión del
multifacético; que los porteros no
podían trabajar el domingo por ser día de descanso; que el señor de la bodega
de los libros, también tenía este impedimento.
Marcelo Ordóñez estuvo presto a
ofrecer su ayuda y su conjunto folklórico; los jóvenes bailarines Pico[2],
sus danzas y el señor …. Pérez, sus títeres [… ilegible]. Entendí que había que
buscar artistas fuera de la Entidad.
Alguien sugirió a ……………. que
dirige …….. Marcayata. Fui a su casa y con satisfacción ofreció su
participación desinteresada; Marcelo Ordóñez consiguió el Conjunto ………..
La promoción la había comenzado.
“Domingos del Pueblo”, en la primera noticia dada por el Diario El Comercio se había convertido de buena
o mala fe en “Domingo de Pueblo”.
Un gran afiche trabajado por
Mario Dávalos[3],
en cartulinas baratas pegadas con cinta adhesiva fue fijado una noche en San Agustín por los
bomberos que me ayudaron gentilmente. Cuando al siguiente día fui a mirarlo,
tuve el dolor de ver una gran parte del él desprendida; la lluvia y el viento
lo habían desmejorado notoriamente. Unas volantes preparadas para distribuirlas
en los barrios populares tuvieron que ser refiladas, pues en ellas anunciaba la
presentación de “Loja canta a Quito” que, a última hora, desistió de que Loja
efectivamente cante a Quito.
Mientras tanto mi paupérrima
economía había sido requerida para pequeños gastos para el primer “Domingos del
Pueblo”.
El viernes había retornado de
México el señor Presidente y el señor Secretario. Me alegré realmente y redacté
un oficio dirigido al gran pintor, pidiéndole que sea él el primero en
participar en “Los Pintores pintan al pueblo”, para que eso sea ejemplo para los
demás artistas. Aquella nota que la firmé yo, fue escrita en papel timbrado de
la Presidencia de la Institución. Mi viejo amigo y compañero fue el encargado
de llevarla a su casa. Me contaba él,
que se sorprendió y dijo: “quién es este Gonzalo Guerrero que me pide que vaya
a pintar yo en El Ejido”. Mi amigo le había recordado que soy el periodista de
la CCE. “He llegado muy cansado, ojalá lo pueda hacer”. Le hice pedir además
una orden para el otro Jefe de Relaciones Públicas a fin de que me haga el favor
de facilitarme unos cuadritos del Museo.
Qué mes para llover el mes de
marzo. Llovió la noche del sábado y seguía lloviendo la madrugada.
Domingo siete.
Un momento escampó. No tenía
reloj y no lo tengo. Mis cinco hijos mayores Renato, Paulina, Tania, Pablo y
Mauricio, habían acomodado sus mejores ropitas junto a sus camas. Los desperté,
su madre los arregló; luego, una taza de café y salimos. Desde la calle Mideros
habíamos llegado a la Plaza Grande, cuando nuevamente la lluvia y vi [en un
reloj público que había antes de llegar a la Iglesias San Agustín] que apenas
eran las tres y media de la mañana. Los niños comenzaron a temblar de frío.
Tomé un auto y fui a casa de mis padres [en la calle Cuero y Caicedo], quizá con el ánimo de estar más cerca de la Institución. Ellos realmente se sorprendieron y charlábamos cuando al fin aclaraba. Me dio la impresión de que el tiempo había de mejorar.
A la cinco y media nuevamente
tomamos rumbo a la CCE. Cuando llegamos, otra vez llovió; el portero y su mujer
habían salido a la misa y no había como entrar al pabellón administrativo.
Esperamos y esperamos. Retornó el portero. Supe entonces que su compañero
encargado del Museo estaba fuera de Quito con permiso de su jefe, pero que las
llaves las había encargado a alguien que debía llegar a las nueve de la mañana.
Que otro portero encargado de armar mesas para la Feria del Libro no quería
levantarse de su cama porque estaba trasnochado.
En medio de angustias y
desesperación los problemas comenzaron a resolverse. “El Ejido” era un charco,
un lodazal. Los cuadros que habían dispuesto para la exposición eran una
vergüenza. Yo cargué los más pesados, mis hijos de acuerdo a su edad, los
otros, los fuimos llevando al Centro de Promoción Artística. Un viaje, otro y
otro, en el lodo y bajo una persistente garúa.
Luego, los paquetes de libros.
Después los pesados tableros, luego las mesas.
Había llegado un joven que desde
un comienzo tomó entusiasmo por el programa, Fabián [Navarro?] y mi hermano
Ernesto, que con su juventud ayudaron extraordinariamente.
Se había arreglado la exposición
pictórica, la feria del libro, el profesor… [en blanco] y su mujer su gracioso
escenario de títeres, cuando la lluvia nuevamente. A salvo los cuadro, a salvo
los libros, a salvo el escenario. Esperar, ojalá escampe!
Reseña de “Domingos del Pueblo”, Letras del Ecuador. CCE |
Al fin escampó. El programa
señalado para las diez vio su comienzo a las once y media. El pueblo había
llegado, como había soñado que llegaría.
Cuando fui a ver los libros que
nos había enviado aquel señor encargado de su custodia no pude sentir sino
indignación. Ahí estaba toda la chatarra. Felizmente aquel hombre llegó al
Ejido a reírse del fracaso y tuvo que trabajar el domingo. La Casa de la
Cultura, al fin iba a salir de sus libros acumulados durante veinte y cinco
años. El pueblo compró los malos y también los pocos buenos. A esta fecha ya no
tiene que expender.
El festival avanzaba con el
generoso aplauso del pueblo y el señor Presidente que debía pintarlo no
llegaba. A mi viejo amigo, me vi precisado a recriminarlo “por favor, llámalo
por teléfono, es preciso que al menos en esto ayude. Tú lo mimas demasiado”. Se
molestó pero lo llamó.
El artista ubicó su caballete y
escogió sus modelos. Obvio es decir, que el arte de sus trazos arrancó grandes
aplausos del pueblo. Su gesto impresionó inmensamente en la gente. Verlo
dibujar al más grande artista ecuatoriano era naturalmente un magnífico
espectáculo. Fue un éxito.
“Domingos del Pueblo” había
nacido, pese a todo, con grandes perspectivas. Pensé entonces, que más que nada
habían nacidos los “Domingos rojos” de mañana, así lo dije.
La prensa, la radio, la TV
aplaudieron con exceso el paso dado por la CCE y la magnífica iniciativa de su
Presidente, inclusive insertaron un pequeño manifiesto que yo había redactado
con la firma del artista y que fue distribuido entre los asistentes, expresando
el espíritu de este programa.
El señor Presidente después de su
actuación desapareció juntamente con mi amigo. Supe después que habían ido a festejar
el éxito en un salón cercano. Sin embargo regresaron al momento final del
programa y el artista me estrechó la mano y me dijo: “Ven vamos a mi casa,
invita a los amigos que han ayudado para que se tomen una cerveza, pero una
sola”. Agradecí su bondad y fuimos a su casa. Mis hijos cansados por las horas
pasadas se fueron a la suya con un familiar. Mientras tomaba la cerveza,
recordé que mi mujer debía estar agitada, preparando un almuerzo para los
amigos que me habían ayudado a salir de mi tarea.
Lamenté que mi amigo no pudiera
venir a mi casa, quedó en almorzar con el artista. Los demás me acompañaron.
Aquella tarde almorzamos y nos tomamos mucha cerveza en mi casa.
Me gustó mucho algunas frases del
editorial del diario El Comercio, por
ejemplo aquella que decía: “La Casa de la Cultura estaba convertida en un coto
para cuatro intelectuales”; esta otra: “es una nueva etapa de la Institución”.
Por lo demás, no me preocupó aquella que le seguía: “gracias a la visión de su
gran Presidente y ejecutor”.
Al momento de rendir las cuentas
de las ventas de la Feria del Libro, cuyo manejo estuvo en manos de la juventud
de la Escuela de Arte Dramático, que me ofreció su ayuda, hubo un sobrante de
quince sucres.
Como Director de Domingos del
Pueblo, comencé a pensar en el segundo Festival.
El periodista Gonzalo Guerrero. Quito, 1986. |
Días después leía en el semanario
En marcha, órgano[4]
de mis compañeros, muchos de ellos sectarios y faltos de información, algo así como
esto: “Los tales Domingos del Pueblo no son sino, obra demagógica de
oportunistas y pícaros”. Me dolió inmensamente que los “Domingos rojos” en que
había pensado, sean tan mal interpretados.
Gonzalo Guerrero Celi
(Loja, 1931- Quito, 2014).
[1]
Esta abreviatura se repite en varias partes del escrito, pero nosotros la
modificaremos así: CCE.
[2]
Wilson Pico, 1949-. Bailarín, Coreógrafo, creador de un gran número de obras
dancísticas.
[3]
Mario Dávalos, izquierdista, era pintor y dibujante, que años después fue
asesinado.
[4] En marcha, Órgano Central del Partido Comunista
Marxista Leninista del Ecuador.
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