domingo, 8 de noviembre de 2015

Los Domingos del Pueblo

Los Domingos del Pueblo

Hay una foto familiar que fue tomada en el parque de El Ejido, con aquellas antiguas cámaras de capucha, en las que se imprimían unas fotos blanquecinas que hacían ver a los retratados  como fantasmas; esa foto corresponde a la  primera vez que se hicieron  los “Domingos del Pueblo”. Mi padre, sin querer, nos hizo levantar a las tres de la mañana para llevarnos al evento del cual era su creador y organizador, supongo que la ansiedad de llegar temprano y el hecho de que no disponía, ni él, ni nadie en la casa, de un reloj que nos señalara la hora adecuada, hizo que estuviésemos tan temprano en las calles del centro histórico dirigiéndonos a la Casa de la Cultura Ecuatoriana. Esta situación no se nos ha olvidado y de vez en vez, en las reuniones familiares, nos reímos de la circunstancia.
Este suceso narrado por mi padre en su “Diario” -en realidad un cuaderno grande en el que solía hacer apuntes en forma desordenada- quedó plasmado con su testimonio de cómo se concretó el primer “Domingos del Pueblo” y algunos de sus participantes. Esta historia breve nos trae algo de nostalgia y dolor, así como una profunda admiración a quién supo, venciendo las dificultades propias de nuestro medio, forjar los primeros eventos con los que la Casa de la Cultura Ecuatoriana se comprometía con la población llana y dejaba de ser el reducto de nuestros célebres genios de la época, así como inspiración para otras personas que organizaron eventos similares posteriormente en otras instancias.
Después de leer una parte del contenido del Diario, he creído que la acción de mi padre debe darse a conocer desde sus propias palabras, por ello transcribo esta historia tal cual consta en sus maltrechas páginas, que leídas en estos días parece cuento de ficción, pero que de cierta manera sigue siendo de actualidad.

Pasemos a transcribir lo dicho:


1 de agosto de 1971 (domingo)

Nuevamente he resuelto comprometerme con la revolución de mi país. Mi querido pueblo está en la más espantosa desesperación y miseria, ya no puede más. Va de frustración en frustración, el hambre lo está devorando en las fauces insaciables de la más terrible oligarquía, en las manos sangrientas del más infame e inmoral de los gobernantes. He resuelto ser uno más de los soldados del pueblo que van engrosando las filas del ya gran Comité [se refiere al Comité del Pueblo]. Sé perfectamente que el Comité es una bomba y que irremediablemente reventará; en las últimas sesiones, parecería que ya se escucha el rumor de la mecha prendida. Sé además que aquella dinamita dejará algunas víctimas en su estallido y que nada difícil es que sus esquirlas atraviesen mi corazón. El enemigo está despierto, y lo sabe: sus noches deben ser densas y difíciles, entretejiendo crímenes macabros, puñaladas traicioneras, maniobras infernales.

No he olvidado que tengo siete hijos de mi sangre, todos niños aún. Pero el riesgo vale, porque cuando sean hombres y sean mujeres espero que vivan la nueva Patria, no la madre Patria prostituida que hoy miramos y sentimos con desesperación y dolor, mientras sus malvados tratantes la pisotean y la desprecian.

 Sé que el pueblo ya tiene un líder, el Presidente del Comité [Carlos Rodríguez], revolucionario sacrificado, inteligente, honesto, capaz de llevar su ejército hasta las últimas consecuencias.

Todo esto me ha hecho pensar en recoger de mi memoria algunas imágenes duras, un tanto anecdóticas de la vida sencilla de un hombre modesto que sintió en su carne el sistema político que le correspondió vivir.

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Había sido llamado a trabajar como Jefe de Relaciones Públicas en la Casa de la Cultura por un viejo amigo mío, inteligente y gentil. Encontré, sin embargo, que el cargo no estaba vacante; un joven periodista tenía ese nombramiento; pero, por desgracia, tenía tantas y tantas ocupaciones, que con gran dificultad se daba tiempo a retirar sus sueldos.

Por otro lado, cuando quise tomar en mis manos las funciones para las que fui contratado, por tres meses, con 1.500 sucres mensuales, pese a que el sueldo del muy ocupado periodista era de 2.500, descubrí que tales funciones las ejercía otra persona, un hombre multifacético: novelista, pintor, poeta, escritor de teatro; un hombre realmente muy importante. Me miró con desprecio, pero también con celo. Pronto me enteré de que aquel genio nacional era un verdadero capataz de la Institución; al tercer día de mi llegada también fue el mío y me injurió sin que exista motivo alguno, simplemente era una forma de participarme su valía.

Había advertido para entonces, que una pequeña oficina de la Casa, tenía un rótulo: “Relaciones Públicas”, en donde un poeta de barba ejercía su reinado. Cuando se anotició de mi presencia empezó a mirarme despectivamente. Supe que a aquella oficina yo no podía entrar, era un mundo aparte.

Mi amigo inteligente y gentil me dijo que lo más conveniente para evitar problemas, era compartir un rinconcito en su despacho, situado en el subterráneo. Así lo hice.

Cuando mi amigo me llevó a que me ponga a órdenes del brillante Secretario General de la Entidad, éste expresó que convenía que sepa que la Casa de la Cultura Ecuatoriana no tenía ninguna partida disponible para pagar mi sueldo y que por otra parte el contaba con su Jefe de Relaciones Pública, el hombre multifacético.

Así las cosas, no se firmaba el contrato, pero de toda suerte yo era puntual a mi flamante trabajo. El problema se complicó un tanto, cuando trataba de hacer alguna cosa, servir para algo, y encontraba que era tarde, ya estaba interferido, ya me habían puesto dificultades. Esto me avergonzaba, porque pasar sentado mucho tiempo, con las manos cruzadas, es algo que aburre, por más vago que uno sea.

Un peruano fue mi salvación; era el señor Miró Quezada. A las seis de la tarde de cierto día fui llamado por el Señor Presidente de la C. de la C. E.[1], quien me dijo: “Acaba de llegar al Hotel Quito uno de los hombres más importantes del hermano país del Sur y mi amigo personal, el señor Miró Quezada. Ud. a partir de este momento queda encargado de la promoción. Le prevengo, que el señor Miró Quezada, es además filósofo”.

Me gasté una carrera de automóvil y me enfrenté a tan importante hombre. Realmente, es complicado enfrentarse a un filósofo, sin embargo nada me pasó. El señor Miró me borroneó un currículum vite y con él partí en busca de una máquina de escribir y relatar el gran acontecimiento de su llegada.

Al mirar su currículum me extrañó, que en ninguna parte había algo que diga de su profesión de filósofo, sin embargo, pensé en mis adentros que pudo ser un olvido: “es posible que también los filósofos sepan olvidarse”, me dije.

Fui a los periódicos a ofrecer y recomendar la publicación de la noticia, me valí de mis amigos. Uno de ellos al mirar el lid de la noticia, sorprendido me dijo: “¿pero es que en América hemos tenido un filósofo?”; -“No lo sabía?”, le respondí con una seguridad que humilló realmente a mi amigo del periódico.

Al siguiente día los titulares de la prensa coincidieron: “Filósofo peruano llegó a Quito. Hoy ofrecerá conferencia de prensa”.

A la hora de la conferencia el salón de la Presidencia  quedó estrecho. Según supe más tarde, nunca la Casa de la Cultura había contado con tantos medios de información colectiva en sus manos. Fue algo inaudito el éxito que alcanzó el señor Miró Quezada en todas las actividades que cumplió en Quito. Indudablemente era un hombre de gran simpatía, muy inteligente y versado.

El Señor Presidente de la Casa de la Cultura, pese a toda su genialidad fue generoso conmigo, me felicitó por mi trabajo de dos a tres veces.

Esto me sirvió para poderme deslizar con un poco más de confianza por los pasillos de la CCE. Los porteros, e inclusive otros empleados de la Institución, empezaron a contestarme el saludo.

Realmente, las cosas habían cambiado para mí. Decidí entonces, ser un audaz.

Había sido mi ambición de siempre, que los artistas, los hombres de talento, los genios, se acerquen, le den al pueblo el chance de que los conozca, de que los admire, de que los aplauda en todo su valor y grandeza. Maduré la idea y un día del mes de enero, redacté mi plan: “llegar al pueblo ha sido una vieja aspiración de la CCE, para satisfacer tan patriótico propósito, me permito poner a su consideración el siguiente plan”. Luego venía la concreción del programa. Cada mes, un domingo, todos los recursos artísticos y humanos de la Institución saldrán al parque de El Ejido, en donde se congregará al pueblo. El plan señalaba el más mínimo de los detalles y terminaba diciendo que estos festivales no tendrían ningún costo, pero que era necesaria la colaboración de todos y cada uno de sus ilustres miembros.

Personalmente entregué al señor Presidente el atrevido documento. Él lo tomó y lo guardó sin leerlo.

Pasó lo que restaba de enero, luego febrero y no tuve respuesta. Por último conocí que el señor Presidente había viajado a Méjico, conjuntamente con su Secretario General.

El Lcdo. Darío Moreira, Vicepresidente de la Institución quedó al mando de la misma. Aproveché mi vieja amistad con él, y en su despacho, le indiqué que un proyecto que lo había presentado no había recibido ninguna respuesta y que deseaba que él se interese por el mismo. Me pidió que le explique en qué consistía. Así lo hice. Luego me dijo que la Entidad  no tenía dinero. Le indiqué que no era necesario. “Pues entonces, hazlo! me respondió. “Gracias”, le dije con alegría y estreché su mano.

Fue entonces cuando caí en cuenta de que me había metido en un serio problema. El Coro de la Institución no podía participar por ……; que tampoco podía actuar el Teatro, por cuanto los actores estaban divididos en bandos, unos contra otros, y todos contra sus directores; que la Orquesta no era de la Institución y que además, al aire libre, se podían destemplar los instrumentos; que los artistas lojanos que estaban en Quito en el programa “Loja canta a Quito”, tenían que retornar a su tierra justamente el primer Domingos del Pueblo, el domingo siete de marzo.; que los cuadros de los museos solo podrán salir de ellos, con autorización  del pleno de la Casa, según expresión del multifacético;  que los porteros no podían trabajar el domingo por ser día de descanso; que el señor de la bodega de los libros, también tenía este impedimento.

Marcelo Ordóñez estuvo presto a ofrecer su ayuda y su conjunto folklórico; los jóvenes bailarines Pico[2], sus danzas y el señor …. Pérez, sus títeres [… ilegible]. Entendí que había que buscar artistas fuera de la Entidad.

Alguien sugirió a ……………. que dirige …….. Marcayata. Fui a su casa y con satisfacción ofreció su participación desinteresada; Marcelo Ordóñez consiguió el Conjunto ………..

La promoción la había comenzado. “Domingos del Pueblo”, en la primera noticia dada por el Diario El Comercio se había convertido de buena o mala fe en “Domingo de Pueblo”.

Un gran afiche trabajado por Mario Dávalos[3], en cartulinas baratas pegadas con cinta adhesiva  fue fijado una noche en San Agustín por los bomberos que me ayudaron gentilmente. Cuando al siguiente día fui a mirarlo, tuve el dolor de ver una gran parte del él desprendida; la lluvia y el viento lo habían desmejorado notoriamente. Unas volantes preparadas para distribuirlas en los barrios populares tuvieron que ser refiladas, pues en ellas anunciaba la presentación de “Loja canta a Quito” que, a última hora, desistió de que Loja efectivamente cante a Quito.

Mientras tanto mi paupérrima economía había sido requerida para pequeños gastos para el primer “Domingos del Pueblo”.

El viernes había retornado de México el señor Presidente y el señor Secretario. Me alegré realmente y redacté un oficio dirigido al gran pintor, pidiéndole que sea él el primero en participar en “Los Pintores pintan al pueblo”, para que eso sea ejemplo para los demás artistas. Aquella nota que la firmé yo, fue escrita en papel timbrado de la Presidencia de la Institución. Mi viejo amigo y compañero fue el encargado de llevarla a su casa.  Me contaba él, que se sorprendió y dijo: “quién es este Gonzalo Guerrero que me pide que vaya a pintar yo en El Ejido”. Mi amigo le había recordado que soy el periodista de la CCE. “He llegado muy cansado, ojalá lo pueda hacer”. Le hice pedir además una orden para el otro Jefe de Relaciones Públicas a fin de que me haga el favor de facilitarme unos cuadritos del Museo.

Qué mes para llover el mes de marzo. Llovió la noche del sábado y seguía lloviendo la madrugada.

Domingo siete.

Un momento escampó. No tenía reloj y no lo tengo. Mis cinco hijos mayores Renato, Paulina, Tania, Pablo y Mauricio, habían acomodado sus mejores ropitas junto a sus camas. Los desperté, su madre los arregló; luego, una taza de café y salimos. Desde la calle Mideros habíamos llegado a la Plaza Grande, cuando nuevamente la lluvia y vi [en un reloj público que había antes de llegar a la Iglesias San Agustín] que apenas eran las tres y media de la mañana. Los niños comenzaron a temblar de frío.

Tomé un auto y fui a casa de mis padres [en la calle Cuero y Caicedo], quizá con el ánimo de estar más cerca de la Institución. Ellos realmente se sorprendieron y charlábamos cuando al fin aclaraba. Me dio la impresión de que el tiempo había de mejorar.

A la cinco y media nuevamente tomamos rumbo a la CCE. Cuando llegamos, otra vez llovió; el portero y su mujer habían salido a la misa y no había como entrar al pabellón administrativo. Esperamos y esperamos. Retornó el portero. Supe entonces que su compañero encargado del Museo estaba fuera de Quito con permiso de su jefe, pero que las llaves las había encargado a alguien que debía llegar a las nueve de la mañana. Que otro portero encargado de armar mesas para la Feria del Libro no quería levantarse de su cama porque estaba trasnochado.

En medio de angustias y desesperación los problemas comenzaron a resolverse. “El Ejido” era un charco, un lodazal. Los cuadros que habían dispuesto para la exposición eran una vergüenza. Yo cargué los más pesados, mis hijos de acuerdo a su edad, los otros, los fuimos llevando al Centro de Promoción Artística. Un viaje, otro y otro, en el lodo y bajo una persistente garúa.

Luego, los paquetes de libros. Después los pesados tableros, luego las mesas.

Había llegado un joven que desde un comienzo tomó entusiasmo por el programa, Fabián [Navarro?] y mi hermano Ernesto, que con su juventud ayudaron extraordinariamente.

Se había arreglado la exposición pictórica, la feria del libro, el profesor… [en blanco] y su mujer su gracioso escenario de títeres, cuando la lluvia nuevamente. A salvo los cuadro, a salvo los libros, a salvo el escenario. Esperar, ojalá escampe!

Reseña de “Domingos del Pueblo”, Letras del Ecuador. CCE


Al fin escampó. El programa señalado para las diez vio su comienzo a las once y media. El pueblo había llegado, como había soñado que llegaría.

Cuando fui a ver los libros que nos había enviado aquel señor encargado de su custodia no pude sentir sino indignación. Ahí estaba toda la chatarra. Felizmente aquel hombre llegó al Ejido a reírse del fracaso y tuvo que trabajar el domingo. La Casa de la Cultura, al fin iba a salir de sus libros acumulados durante veinte y cinco años. El pueblo compró los malos y también los pocos buenos. A esta fecha ya no tiene que expender.

El festival avanzaba con el generoso aplauso del pueblo y el señor Presidente que debía pintarlo no llegaba. A mi viejo amigo, me vi precisado a recriminarlo “por favor, llámalo por teléfono, es preciso que al menos en esto ayude. Tú lo mimas demasiado”. Se molestó pero lo llamó.

El artista ubicó su caballete y escogió sus modelos. Obvio es decir, que el arte de sus trazos arrancó grandes aplausos del pueblo. Su gesto impresionó inmensamente en la gente. Verlo dibujar al más grande artista ecuatoriano era naturalmente un magnífico espectáculo. Fue un éxito.

“Domingos del Pueblo” había nacido, pese a todo, con grandes perspectivas. Pensé entonces, que más que nada habían nacidos los “Domingos rojos” de mañana, así lo dije.

La prensa, la radio, la TV aplaudieron con exceso el paso dado por la CCE y la magnífica iniciativa de su Presidente, inclusive insertaron un pequeño manifiesto que yo había redactado con la firma del artista y que fue distribuido entre los asistentes, expresando el espíritu de este programa.

El señor Presidente después de su actuación desapareció juntamente con mi amigo. Supe después que habían ido a festejar el éxito en un salón cercano. Sin embargo regresaron al momento final del programa y el artista me estrechó la mano y me dijo: “Ven vamos a mi casa, invita a los amigos que han ayudado para que se tomen una cerveza, pero una sola”. Agradecí su bondad y fuimos a su casa. Mis hijos cansados por las horas pasadas se fueron a la suya con un familiar. Mientras tomaba la cerveza, recordé que mi mujer debía estar agitada, preparando un almuerzo para los amigos que me habían ayudado a salir de mi tarea.

Lamenté que mi amigo no pudiera venir a mi casa, quedó en almorzar con el artista. Los demás me acompañaron. Aquella tarde almorzamos y nos tomamos mucha cerveza en mi casa.

Me gustó mucho algunas frases del editorial del diario El Comercio, por ejemplo aquella que decía: “La Casa de la Cultura estaba convertida en un coto para cuatro intelectuales”; esta otra: “es una nueva etapa de la Institución”. Por lo demás, no me preocupó aquella que le seguía: “gracias a la visión de su gran Presidente y ejecutor”.

Al momento de rendir las cuentas de las ventas de la Feria del Libro, cuyo manejo estuvo en manos de la juventud de la Escuela de Arte Dramático, que me ofreció su ayuda, hubo un sobrante de quince sucres.

Como Director de Domingos del Pueblo, comencé a pensar en el segundo Festival.

El periodista Gonzalo Guerrero. Quito, 1986.


Días después leía en el semanario En marcha, órgano[4] de mis compañeros, muchos de ellos sectarios y faltos de información, algo así como esto: “Los tales Domingos del Pueblo no son sino, obra demagógica de oportunistas y pícaros”. Me dolió inmensamente que los “Domingos rojos” en que había pensado, sean tan mal interpretados.

Gonzalo Guerrero Celi  
(Loja, 1931- Quito, 2014).




[1] Esta abreviatura se repite en varias partes del escrito, pero nosotros la modificaremos así: CCE.
[2] Wilson Pico, 1949-. Bailarín, Coreógrafo, creador de un gran número de obras dancísticas.
[3] Mario Dávalos, izquierdista, era pintor y dibujante, que años después fue asesinado. 
[4] En marcha, Órgano Central del Partido Comunista Marxista Leninista del Ecuador.

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