sábado, 23 de marzo de 2019

Defensa de los curas de Riobamba / Eugenio Espejo



DEFENSA DE LOS CURAS DE RIOBAMBA 
/ EUGENIO ESPEJO

[1786]

Fidel Pablo Guerrero


Defensa de los curas de Riobamba se publicó en Quito en 1923 en el III tomo de los Escritos del doctor Francisco Javier Eugenio Santa Cruz y Espejo, en edición de Jacinto Jijón y Caamaño y Homero Viteri Lafronte, miembros de la Academia Nacional de Historia, y quienes usaron dos copias manuscritas para la transcripción y publicación.

Defensa de los curas de Riobamba es un escrito his­tó­ri­co atribuido a Eugenio Espejo (Quito, 1747-1795), con el cual se buscaba rebatir un informe oficial presentado contra los excesos que acontecían en las fiestas religiosas y sus consecuentes perjuicios económicos; también se apuntan en él varios datos y hechos re­la­cio­na­dos a los dan­zan­tes indígenas.

Espejo es considerado uno de los precursores de la independencia, talentoso escritor y médico, y a quien se aprecia en este escrito como defensor y simpatizante del sector indígena, debido –seguramente- al origen indígena que se le asigna.

En 1786, Ig­na­cio Ba­rre­to, Al­cal­de Or­di­na­rio y en­car­ga­do de la co­bran­za de tri­bu­tos, presentó un in­for­me a la Real Au­dien­cia de Qui­to en el que ha­cía graves im­pu­ta­cio­nes a los cu­ras de Rio­bam­ba, en­tre las que apuntamos aquellas sobre fiestas y gastos que hacían los indígenas danzantes en aquellas festividades religiosas:


“... la mul­ti­pli­ci­dad de fies­tas que ce­le­bran los in­dios en las Igle­sias pa­rro­quia­les, sus Ane­xos [ane­jos] y aún en Ora­to­rios pri­va­dos de las ha­cien­das, es su­ma­men­te per­ju­di­cial a la Re­li­gión, a la agri­cul­tu­ra, a las ma­nu­fac­tu­ras y a los rea­les in­te­re­ses de Su Ma­jes­tad...”

“... el san­to ti­tu­lar o Pa­trón de ca­da pue­blo tie­ne vein­te o trein­ta fies­tas y con po­ca di­fe­ren­cia ce­le­bran las mi­sas a la Sa­cra­tí­si­ma Vir­gen y las de­más fes­ti­vi­da­des que se han per­mi­ti­do fue­ra de las par­ti­cu­la­res que son in­nu­me­ra­bles. Y com­pu­tan­do el nú­me­ro se ocu­pan los in­dios, en es­tas ce­le­bri­da­des, más de la mi­tad del año...”

“... Agré­gue­se a es­to que la ma­yor par­te de es­tas fun­cio­nes, son co­mo unas es­pe­cies de dan­zas gen­tí­li­cas que vul­gar­men­te las de­no­mi­nan dan­zan­tes; y es­tos con­cu­rren en tro­pel a dan­zar en las Igle­sias, con irre­ve­ren­cia, has­ta en los pres­bi­te­rios, no de­bien­do per­mi­tír­se­les ni aun en los ce­men­te­rios y pór­ti­cos.

“Los gas­tos que es­tas des­con­cer­ta­das dan­zas oca­sio­nan a los in­dios, les es per­ju­di­cial; por­que de­bien­do com­prar o al­qui­lar efec­tos de se­da, se em­pe­ña tan­to, que el sa­la­rio de cua­tro años no les al­can­za pa­ra pa­gar la exor­bi­tan­te ga­nan­cia que tie­nen los mer­ca­de­res con es­tos efec­tos. Por lo que hu­mil­de­men­te su­pli­co a V. A., el Al­cal­de y Co­mi­sio­na­do, se pro­hí­ban en­te­ra­men­te, así en las fes­ti­vi­da­des par­ti­cu­la­res, co­mo en las de Cor­pus-Ch­ris­ti y la Na­ti­vi­dad del Se­ñor, que se prac­ti­ca en es­ta Vi­lla. En el en­sa­yo de es­tos bai­les pier­den los in­dios más de un mes de tra­ba­jo en per­jui­cio su­yo y de la Re­pú­bli­ca”.


En el in­for­me se menciona tam­bién que en aquellas fes­ti­vi­da­des hay gran de­sor­den y em­bria­guez, por lo tan­to Ba­rre­to pe­día la pro­hi­bi­ción de tan­ta mul­ti­tud de fun­cio­nes.









Alegoría de Eugenio Espejo.





Probablemente a pedido del sector religioso aludido en el informe, Eu­ge­nio Es­pe­jo es­cri­bió, por 1786-1787, De­fen­sa de los cu­ras de Rio­bam­ba, sus reflexiones pa­ra re­pli­car a Ig­na­cio Ba­rre­to, señalando que las fiestas y danzas de los indios eran inofensivas. Seguidamente transcribimos algunos segmentos en los que podremos apreciar algunos aspectos en torno a las danzas indígenas:


“Re­fle­xión vi­gé­si­ma se­gun­da: [Es­pe­jo]
106. “En al­gu­nas de las más so­lem­nes fies­tas, co­mo del Cor­pus y Na­ti­vi­dad de Je­su­cris­to, es ver­dad que sa­len a dan­zar los in­dios por las ca­lles, y, a ve­ces, se acer­can a los tem­plos y sus re­cin­tos in­te­rio­res. Tie­nen, pues que de­cir los Cu­ras que fal­sa­men­te ase­gu­ra Va­lle­jo sean es­pe­cies de dan­zas gen­tí­li­cas las que prac­ti­can los in­dios dan­zan­tes. Que­rien­do dar a en­ten­der a V. A. que él es­tá ins­trui­do en la his­to­ria de los usos gen­tí­li­cos, no du­da igua­lar los ino­cen­tes bai­les de los in­dios dan­zan­tes a las es­pe­cies de dan­zas gen­tí­li­cas”

“ .. el mo­do de dan­zar de los in­dios es su­ma­men­te ino­cen­te, por ser des­con­cer­ta­do y no te­ner el ai­re y mo­vi­mien­to des­ho­nes­to, aun­que a pa­so re­gu­la­do, de los bai­les de nues­tra Na­ción, en los que hay la pre­ci­sa cir­cuns­tan­cia del con­cur­so del be­llo se­xo y la ne­ce­si­dad de dar­se la ma­no mu­tua­men­te, aún en el bai­le de Mi­nué que pa­re­ce ser el más de­co­ro­so.”

“Los bai­les de los in­dios no son co­mo las con­tra­dan­zas in­gle­sas y fran­ce­sas tan adop­ta­das, re­ci­bi­das en­tre las no­bles mo­das de es­te si­glo, en me­dio de las que son más los pe­ca­dos, que los com­pa­ses y sal­tos de de­sen­vol­tu­ra. Y al con­tra­rio, se ase­me­jan a los que prac­ti­có Da­vid de­lan­te del Ar­ca, sin com­pás, sin jun­ta de mu­je­res, y con unos sal­tos des­me­su­ra­dos, pe­ro to­dos de re­li­gio­so re­go­ci­jo, co­mo los pin­ta la Es­cri­tu­ra.

“Fi­nal­men­te, son más­ca­ras de ino­cen­te ale­gría, las que se pre­sen­tan en los días ci­ta­dos, se­me­jan­tes a las que usa­ron y se usa en la Real Cor­te, a pre­sen­cia de V. C. R. P. por ser en un día tan gran­de y so­lem­ne co­mo el del Se­ñor San­tí­si­mo Sa­cra­men­to. Y so­bre las que un Pre­la­do ce­lo­sí­si­mo, vien­do que tur­ba­ban de al­gu­na suer­te la de­vo­ción de los ti­bios, o que es­can­da­li­za­ban la fa­ri­sai­ca se­rie­dad de los he­re­jes, ex­pi­dió, en Ma­drid, una Car­ta Pas­to­ral, no pa­ra ex­tin­guir­las ab­so­lu­ta­men­te, si­no pa­ra de­ter­mi­nar el lu­gar que de­bían ocu­par en la pro­ce­sión del Cor­pus. Pe­ro, si los dan­zan­tes son dig­nos de re­pa­ro y co­rrec­ción, es­te asun­to es del re­sor­te del Go­bier­no, de los Jue­ces Rea­les or­di­na­rios y de las jus­ti­cias res­pec­ti­vas de los pue­blos y lu­ga­res.

“Y así los Cu­ras in­for­man tam­bién a V.A. que co­mo mu­chas ve­ces su in­te­gé­rri­ma pro­vi­den­cia, aten­dien­do a la rec­ta ad­mi­nis­tra­ción de jus­ti­cia, ha man­da­do que se pro­hí­ban los dan­zan­tes, si se han vis­to en el dis­tri­to de es­ta ju­ris­dic­ción o del Rei­no en­te­ro, ha si­do por­que los in­dios han im­pe­tra­do la li­cen­cia de los Co­rre­gi­do­res y Te­nien­tes res­pec­ti­vos, con­for­me a la Ley 38, Lib. 6, Tit. 1 de nues­tras mu­ni­ci­pa­les, que per­mi­te, con la li­cen­cia del Go­ber­na­dor, a los in­dios, aun otros bai­les pro­fa­nos o pú­bli­cos con el con­cur­so de mu­je­res, si los bai­les fue­sen he­chos con ho­nes­ti­dad y tem­plan­za”.

“In­for­man igual­men­te que de que los in­dios dan­cen, no les re­sul­ta a los cu­ras uti­li­dad al­gu­na, ni pue­den ve­nir­les si­no da­ño en el do­lor que con­ci­ben de que, con mo­ti­vo de ta­les dan­zas, cul­ti­ven más los in­dios, en los días de pre­pa­rar­las y per­fec­cio­nar­las, el vi­cio de la em­bria­guez.

“Que los in­dios, te­na­ces en su mo­do de pen­sar y ad­he­ri­dos ín­ti­ma­men­te a la prác­ti­ca de sus usos in­vio­la­bles, mo­les­tan a los Co­rre­gi­do­res has­ta al­can­zar el per­mi­so de bai­lar en tra­jes ador­na­dos; co­mo ha su­ce­di­do con el de es­ta Vi­lla, que, a re­pug­nan­cia del Pres­bí­te­ro Cu­ra Doc­tor Don To­más de Acha, con­ce­dió que dan­za­sen, el año pa­sa­do de 85, los in­dios de Pu­ni, sin du­da por­que a su pru­den­cia pa­re­ce­ría, se­gún las cir­cuns­tan­cias del tiem­po, me­jor el ca­mi­no de la con­des­cen­den­cia que el de la re­pul­sa.

“Y que no te­nien­do in­flu­jo di­rec­to ni in­di­rec­to los Cu­ras en di­chas dan­zas, es por de­más que Va­lle­jo las trai­ga a con­si­de­ra­ción, y a pro­pó­si­to de acu­sar­les con ma­lig­ni­dad, en pun­to tan dis­tan­te del de dis­mi­nu­ción de fies­tas que pre­ten­de.

“Y si Va­lle­jo, de aquel uso o abu­so de las dan­zas ve­ri­fi­ca­das, tan­to en los días de fies­tas co­mo en los que no son, quie­re in­fe­rir que las fies­tas son con­tra­rias a la Re­li­gión, V. A. se dig­na­rá dar a su ra­cio­ci­nio la de­bi­da es­ti­ma­ción, juz­gan­do que, en ese ca­so, de­ben ser qui­ta­das to­das las fies­tas, sin res­tric­ción, por to­dos los tiem­pos y eda­des; por­que en ellas siem­pre ha de ha­ber al­gún de­sor­den de la na­tu­ra­le­za hu­ma­na [...]

“107. Pa­ra qui­tar equi­vo­ca­cio­nes, dé­be­se te­ner pre­sen­te que en to­do el mun­do hay dos es­pe­cies de fies­tas, unas ci­vi­les y otras ecle­siás­ti­cas.

“Pue­den lla­mar­se ci­vi­les las que son au­to­ri­za­das, per­mi­ti­das o to­le­ra­das por el Go­bier­no po­lí­ti­co, ta­les son: los jue­gos de Car­nes­to­len­das; los pa­seos pú­bli­cos en el día de Pas­cua de Es­pí­ri­tu San­to ha­cia San­ta Cla­ra; en los que lla­man de Guá­pu­lo ha­cia el Eji­do de San Blas; en los de la Mag­da­le­na ha­cia es­ta pa­rro­quia; y en el día de fi­na­dos, ha­cia San Die­go, con mo­ti­vo de ir a su Igle­sia; los bai­les pú­bli­cos y des­ho­nes­tos en los días y no­ches de la Vi­gi­lia de la Na­ti­vi­dad, de los San­tos Ino­cen­tes y de la Pas­cua de Re­yes, que to­dos son so­lem­nes, no en es­ta Vi­lla, si­no en esa Ca­pi­tal; las co­rri­das de to­ros, y ge­ne­ral­men­te to­dos los es­pec­tá­cu­los.

”Pa­ra que se prac­ti­quen, pues, es­tas fies­tas, no se ne­ce­si­tan los hom­bres pre­tex­tos de las ecle­siás­ti­cas. Una tra­di­ción fa­tal al Cris­tia­nis­mo y su mo­ral, les ha­ce que re­nue­ve anual­men­te la me­mo­ria de sus di­ver­sio­nes pro­fa­nas. Y a ve­ces ha su­ce­di­do que los mis­mos hom­bres, con­fun­dien­do el re­go­ci­jo pío de la Igle­sia en sus fies­tas, con los ape­ti­tos de la na­tu­ra­le­za, ha­yan he­cho de­ge­ne­rar en ale­gría car­nal sus so­lem­ni­da­des; sin que en to­do es­to ha­ya te­ni­do par­te, in­flu­jo ni as­pi­ra­ción, la Igle­sia San­ta ni sus Mi­nis­tros

“Lo que és­tos que­rrían, por lo mis­mo que se les su­po­ne pe­ne­tra­dos de la ava­ri­cia y se­dien­tos del di­ne­ro de los fie­les, lo que que­rrían se­ría, que es­tos úl­ti­mos hi­cie­sen sus fies­tas tan so­la­men­te cir­cuns­cri­tas al cul­to, y ofre­cie­sen por la Mi­sa, por el ser­món y por la mag­ni­fi­cen­cia de la pom­pa ex­te­rior. En lo de­más, igual­men­te y con más in­te­rés, que­rrían que el di­ne­ro que les so­bra­ba, guar­da­sen pa­ra otras fies­tas. Que­rrían que fue­sen de con­ta­do, a sus ca­sas, o al cam­po, o a sus ofi­ci­nas, o ade­lan­tar­lo por me­dio de su tra­ba­jo: Que no lo di­si­pa­sen en la sa­tis­fac­ción de sus vi­cios: Y que siem­pre es­tu­vie­sen ap­tos pa­ra los gas­tos (si pue­de de­cir­se así) tan so­la­men­te ecle­siás­ti­cos. A es­ta cuen­ta se vie­ne a los ojos del más to­po, que las fies­tas ecle­siás­ti­cas, por más abu­sos que en ellas ha­ya in­tro­du­ci­do la li­cen­cia hu­ma­na, no son de su­yo, ni ac­ci­den­tal­men­te con­tra­rias a la Re­li­gión, ni a los in­te­re­ses de la Re­pú­bli­ca.

“Ba­jo es­ta su­po­si­ción, es de con­si­de­rar que los dan­zan­tes no son de esen­cia de las fies­tas ecle­siás­ti­cas, no son pro­mo­vi­das por los Cu­ras, ni a és­tos se les de­be ha­cer reos de sus dan­zas, sean re­li­gio­sas o gen­tí­li­cas.

‘Tex­to’ [In­for­me]
‘108. Los gas­tos que es­tas des­con­cer­ta­das dan­zas oca­sio­nan a los in­dios, les es per­ju­di­cial, por­que de­bien­do com­prar o al­qui­lar efec­tos de se­da, se em­pe­ñan tan­to, que el sa­la­rio de 4 años no les al­can­za pa­ra pa­gar la exor­bi­tan­te ga­nan­cia que tie­nen los mer­ca­de­res con efec­tos’.

“Re­fle­xión vi­gé­si­ma ter­ce­ra [Es­pe­jo]:
“109. Di­si­mu­lan­do a Va­lle­jo el so­le­cis­mo, y ma­la con­cor­dan­cia de: los gas­tos les es per­ju­di­cial, sien­ten mu­chí­si­mo los Cu­ras, que los que im­pen­den los in­dios en las dan­zas gen­tí­li­cas, les sean per­ju­di­cia­les; por que se les qui­ta por otros, que no son ellos, la la­na de sus ove­jas, y pier­den la es­pe­ran­za ab­so­lu­ta de que vuel­van a ha­cer fies­tas o de que las ha­gan con de­sa­ho­go, y con la com­ple­ta so­lu­ción de los de­re­chos pa­rro­quia­les. Pe­ro de­jan­do iro­nías, y ha­blan­do con la se­rie­dad que se de­be a V.A., di­cen que sien­ten mu­chí­si­mo el que Va­lle­jo dé a en­ten­der que ellos tie­nen la cul­pa de que los in­dios dan­cen, y que son de tan dé­bil ra­zón, que por co­ger cua­tro rea­les de sus fe­li­gre­ses, con­sien­tan o es­ti­mu­len a que gas­ten cien­to más en las dan­zas y que­den así del to­do ex­haus­tos.

Oja­lá es­tu­vie­sen per­sua­di­das las gen­tes to­das, que los dan­zan­tes no se ads­cri­ben esen­cial­men­te a la fies­ta ecle­siás­ti­ca o día fes­ti­vo de la igle­sia; si­no, ge­ne­ral­men­te, a la ale­gría co­mún del tiem­po o la es­ta­ción fes­ti­va ci­vil. Y de es­te mo­do aun­que se pro­hi­bie­se la pri­me­ra, que­rrían los in­dios dan­zar en vir­tud de la se­gun­da, aten­dien­do v.g., a una an­ti­gua tra­di­ción, de que bai­la­ban sus ma­yo­res en los tiem­pos de Na­ti­vi­dad y Cor­pus Ch­ris­ti.

“En fin, los dan­zan­tes en ca­li­dad de ex­ce­si­vos en su ador­no y de que pe­li­gra­ba su li­ber­tad e in­te­re­ses, si per­dían al­gu­na pre­sea, es­tán man­da­dos qui­tar, por de­ter­mi­na­ción muy pru­den­te de V.A. mu­chos años ha, con par­ti­cu­la­ri­dad en Qui­to. Y en ca­li­dad de más­ca­ras, es­tán pro­hi­bi­das se­ve­ra­men­te por Cé­du­la Real. Pe­ro si por ra­zón de que con­tra es­tas ór­de­nes su­pe­rio­res, se ven en el dis­tri­to de es­ta Vi­lla, los dan­zan­tes, pre­ten­de Va­lle­jo, lo pri­me­ro, que sean las fies­tas en que ellos dan­zan con­tra la Re­li­gión y los in­te­re­ses de la Re­pú­bli­ca; y lo se­gun­do, que se qui­ten por V. A., co­mo tan con­tra­rios a es­tos ob­je­tos: quie­ren los Cu­ras que V. A. se dig­ne ha­cer me­mo­ria de que es­tas fies­tas úl­ti­mas son las que de pre­cep­to se guar­dan en to­da la Cris­tian­dad y que Va­lle­jo pi­de, de más a más, su abo­li­ción, con­tra­vi­nien­do a los au­tos de vi­si­ta, a las le­yes del Rei­no y a la Cé­du­la en que se man­da, ha­gan los in­dios las fies­tas del San­tí­si­mo Sa­cra­men­to, San­tí­si­ma Vir­gen, San­to Pa­trón y Ani­mas ben­di­tas.

“Pre­ten­da, en­ho­ra­bue­na, Va­lle­jo qui­tar los dan­zan­tes, sin cul­par ni a la Igle­sia, ni a los Cu­ras, ni a las Fies­tas.

“110. Aho­ra, cuan­do Va­lle­jo ha­ce me­mo­ria de los gé­ne­ros de se­da con que se vis­ten los dan­zan­tes; del em­pe­ño que to­man; de la adeu­da­ción que con­traen con los mer­ca­de­res, con el gra­va­men de no po­der pa­gar el al­qui­ler o la com­pra de su ador­no, con el sa­la­rio de cua­tro años; pa­re­ce que se acor­dó con ho­rror y exe­cra­ción de cier­to ejem­plo do­més­ti­co que te­nía a la vis­ta. Enó­ja­se, pues, opor­tu­na­men­te Va­lle­jo, con­tra esos par­ti­cu­la­res tra­fi­can­tes de los gé­ne­ros de se­da de los dan­zan­tes. Los Cu­ras ayu­dan a su eno­jo con la com­pa­sión de los muer­tos, que usa­ron es­te co­mer­cio, es­cla­vi­zan­do a los in­dios obra­je­ros. Pe­ro ol­vi­dan­do los cas­ca­be­les, mo­rrio­nes y otras ba­ra­ti­jas de los dan­zan­tes, si Va­lle­jo re­cal­ca en que los hay, dé­be­se con­ce­bir que su ma­lig­ni­dad mur­mu­ra y sa­ti­ri­za así in­di­rec­ta­men­te a los Co­rre­gi­do­res, jus­ti­cias or­di­na­rias, y uni­ver­sal­men­te a la muy al­ta dig­ni­dad del su­pe­rior go­bier­no y so­be­ra­na jus­ti­fi­ca­ción de V. A. lo cual se ha­ce más per­cep­ti­ble por las si­guien­tes pa­la­bras del In­for­me y re­fle­xión que las ilus­tra.

“Tex­to [In­for­me]:
“111. ‘Por lo que hu­mil­de­men­te su­pli­ca a V. A., el Al­cal­de y Co­mi­sio­na­do, se pro­hí­ban en­te­ra­men­te así en las fes­ti­vi­da­des par­ti­cu­la­res, co­mo en las de Cor­pus Ch­ris­ti y la Na­ti­vi­dad del Se­ñor que se prac­ti­ca en es­ta Vi­lla’.

“Re­fle­xión vi­gé­si­ma cuar­ta [Es­pe­jo]:
“112. Pues, se­ñor, si es cons­tan­te y evi­den­te­men­te pro­ba­do, que las dan­zas, no las han in­ven­ta­do los Cu­ras; no las han fo­men­ta­do; no las han pro­mo­vi­do: que no re­dun­dan en uti­li­dad su­ya: que an­tes se opo­nen a és­ta: que la Igle­sia las de­tes­ta, y ja­más las ha ins­ti­tui­do o per­mi­ti­do. Si del mis­mo mo­do es cons­tan­te, que V. A. y C. C. R. P. las ha pro­hi­bi­do con ór­de­nes po­si­ti­vas, no en odios de los Cu­ras ni fes­ti­vi­da­des ecle­siás­ti­cas, si­no en fa­vor de los in­dios, y en ob­se­quio del buen or­den, po­lí­ti­ca y bue­nas cos­tum­bres de los pue­blos; ¿por qué Va­lle­jo hu­mil­de­men­te su­pli­ca a V A. que se pro­hí­ban en­te­ra­men­te? Los cu­ras en na­da con­tra­vie­nen a las de­ter­mi­na­cio­nes ema­na­das de la so­be­ra­na au­to­ri­dad V. C. R. P. No per­mi­ta Dios tal co­sa! Y pri­me­ro so­bre­ven­ga so­bre ellos la muer­te[...]
“Tex­to [In­for­me]:
“113. ‘En el en­sa­yo de es­tos bai­les, pier­den los in­dios más de un mes de tra­ba­jo, en per­jui­cio su­yo y de la Re­pú­bli­ca’.

“Re­fle­xión vi­gé­si­ma quin­ta [Es­pe­jo]:
“114. Re­pro­du­cen los Cu­ras, las an­te­ce­den­tes re­fle­xio­nes, y de­más de ellas, di­cen que a ellos mis­mos se les si­guen mu­chos in­con­ve­nien­tes, cau­sa­dos por la pér­di­da de tiem­po, que ha­cen los in­dios en los di­chos en­sa­yos. No se les da el ser­vi­cio co­rres­pon­dien­te, y man­da­do dar por las le­yes y au­tos de los Vi­si­ta­do­res. Ven con do­lor que fal­tan al Ca­te­cis­mo y a ve­ces a la san­ta Mi­sa de los días do­min­gos. Les due­le que en el ocio de es­tos días per­di­dos, con­trai­gan vi­cios  enor­mí­si­mos a con­se­cuen­cia de la em­bria­guez, y que así fal­ten a Dios y a la obe­dien­cia de­bi­da a los Cu­ras.

“Pe­ro re­pi­ten que en to­do es­to no son res­pon­sa­bles és­tos, ni a la Re­pú­bli­ca, ni al in­te­rés de los in­dios, pues que, le­jos de in­fluir, ni la Igle­sia, ni ellos, ni las fies­tas en el uso de las dan­zas, las han con­de­na­do del mo­do que pue­den los que son Pas­to­res de un re­ba­ño re­cién ad­qui­ri­do, y que ha lo­gra­do sus exen­cio­nes del Su­pre­mo Pas­tor de la Igle­sia” [...]

Fuente:
ESPEJO, Francisco Javier Eugenio de Santa Cruz y. Escritos del Doctor Francisco Javier Eugenio Santa Cruz y Espejo, t. III / Jacinto Jijón y Caamaño, edit. Quito: Editorial Artes Gráficas, 1923.


Escrito en Quito, 2000.

1 comentario:

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