martes, 30 de marzo de 2010

Músicos en andamio: Ecuador y México

Ecuador y México: interrelaciones musicales



Pablo Guerrero Gutiérrez
Introducción necesaria

El charro mejicano ha pasado a ser parte de la panorámica cultural en algunos sectores de nuestro medio. Se pueden ver los grandes y adornados sombreros de estos personajes participando en algunos festejos populares. El conjunto “Mariachi”, compuesto por cuerdas: guitarra, guitarrón y violín; vientos metal: trompetas, trombón y uno o más cantantes con atuendo del charro mejicano conforma, más regularmente desde unos quince años al menos, estas expresiones emergentes en nuestro país. Su participación en festivales abiertos, festejos particulares y en la grabación de música ecuatoriana con estilo mejicano han sido parte de su accionar en relación a la música popular en nuestro tiempo.

De épocas prehispánicas, estudios arqueológicos señalan que existen serios indicios de contacto y comercio entre las zonas que hoy corresponden territorios mexicanos y ecuatorianos. Hacer una relación de aquellas épocas en lo musical todavía se torna complejo y si bien se pueden hallar analogías sobre todo en aspectos organológicos, con respecto a algunos instrumentos musicales, es temprano para llegar a conclusiones que demuestren rangos de influencias o intercambios en este sentido.

Del pasado más reciente, ciertamente se puede evidenciar puntos de contacto cultural entre México y Ecuador, aunque cabe decir que la cultura mexicana ha tenido mayor preeminencia entre nosotros que la nuestra en aquel país. Los puntos más antiguos en relación a la música que hemos podido documentar son las coplas del siglo XIX compiladas en la obra Cantares del pueblo ecuatoriano por Juan León Mera (1832-1894) y que las hallamos popularizadas posteriormente en piezas mexicanas como La Bamba y Cielito lindo.

Ese lunar que tienes
Junto á la boca.
No se lo des á nadie,
Que á mí me toca.


Para subir al cielo
Se necesita
Dos escaleras grandes
Y una chiquita.

(Coplas de los Cantares del pueblo ecuatoriano, s. XIX
publicadas por Juan León Mera en 1892).

Otras informaciones en este sentido datan de 1912 cuando el dúo ecuatoriano conformado por Melecio Villaquirán y Carlos Antepara graba en los pioneros discos de pizarra del sello Favorite Record en Guayaquil, una pieza titulada Mexicanas. En mayo 14 de 1920 el compositor quiteño Carlos Amable Ortiz (1859-1937) crea su pasillo para piano Reír llorando, quizá inspirado en el poema del mismo nombre, escrito en el siglo XIX por el vate mexicano Juan de Dios Peza (1852-1910).

Integrantes de Los Trovadores de Quito, a quienes se les entregó trajes típicos mejicanos. Quito, 1945. 
Recorte de prensa cortesía de Juan Quirola.

Varios cantantes mexicanos en los años 30´s, en cambio, cuando los discos aún eran de 78 revoluciones por minuto y se los escuchaban en gramófonos y vitrolas, registraron con sus voces líricas (tenores y sopranos), algunas piezas ecuatorianas, tal el caso de Margarita Cueto, Tito Guizar, Juan Arvizu (1900-1985), José Mojica (1895-1974)[1], Carlos Mejía, Guty Cárdenas, etc., quienes grabaron principalmente pasillos de Francisco Paredes Herrera (1891-1952), José Ignacio Canelos (1898-1957) y Nicasio Safadi (1897-1968). Esto por supuesto, sin olvidarnos que el texto de uno de los pasillos más divulgados del Ecuador, Sombras del compositor Carlos Brito Benavides (1891-1943), tiene texto de la poetisa mexicana Rosario Sansores (1889-1972)[2], quien vino al país para recibir el galardón “Collar de Oro”, y de quien también se musicalizaron otras piezas líricas por compositores como Paredes Herrera “El Príncipe del Pasillo”, Carlos Solís Morán (1912-1984), Carlos Rubira Infante (1921-), Custodio Sánchez (1896-2000), Lauro Guerrero Varillas (1904-1981), Francisco Villacrés (1904-s. XX), entre otros.


[FOTO 01] José Mojica (derecha), cantante mexicano, que tomó los hábitos franciscanos, posa con el compositor español-ecuatoriano Agustín de Azkúnaga en un convento quiteño. Años 50´s. Fuente: Archivo Sonoro de la Música Ecuatoriana.


Después, en los 40´s, cuando los cantantes “invadían” los hogares a través de las ondas sonoras de la radiofonía, la presencia de cantantes mexicanos o de sus émulos nacionales se hicieron más evidentes. Solistas y conjuntos, como El Charrito Negro que actuó en Radio Quito, Alfonso Ortiz Tirado (1893-1960)[3], o la Orquesta Típica Mexicana, vinieron antes de la llegada definitiva de los tríos, para los cuales estaba reservada las dos décadas posteriores a partir de la mitad del siglo XX.


[FOTO 02] Dos grandes exponentes musicales: el cantante mexicano Alfonso Ortiz Tirado y el cantante y compositor ecuatoriano Luis A. Valencia. Quito, 1949. Fuente: Archivo Sonoro de la Música Ecuatoriana.

Fue precisamente en aquella mitad del siglo en que intérpretes ecuatorianos como Los Embajadores, Julio Jaramillo (1935-1978) y el compositor y violinista Enrique Espín Yépez[4] dejaron su huella en suelo mexicano.

Los Embajadores (Rafael Jervis, Carlos Jervis y Guillermo Rodríguez), que tiene sus antecedentes en el grupo Los Tampiqueños, que tocaban música mexicana, tras gira a Colombia donde tomaron el nombre de Embajadores, viajaron hacia México, donde permanecieron casi una década, alternando con los grandes cantantes de la época.


[FOTO 03]
Rafael Jervis, Pedro Infante, Jorge Negrete, Carlos Jervis y Guillermo Rodríguez. Años 50´s.
Fuente: Archivo Sonoro de la Música Ecuatoriana.

Por su parte, el cantante ecuatoriano Julio Jaramillo, tras su salida de Guayaquil, probó suerte en varios países americanos. En México hizo escala y estadía por un tiempo; allí realizó presentaciones y grabaciones discográficas. Quizá lo más interesante en este vínculo es la popularidad que alcanzó en ese país y la dedicatoria que dejó con su pieza titulada Mexicanita[5]. Se ha oído decir, y no lo he podido confirmar, que aún en algunas partes de México existe el programa radial llamado la “Hora JJ”, en la que se reproduce los prolíficos registros de este gran intérprete ecuatoriano, lo cual no debería sorprendernos pues este cantante tiene seguidores en muchas partes del mundo.

Ay Mexicanita
Julio Jaramillo

Cuando no tengo ya nada que hacer,
Me paro en una esquina mirando por doquier,
Mirando como pasan las chiquillas bonitas,
Luciendo su figura derrochando parné.

Apresuraditas, muy bien vestiditas:
Van pasando por la calle, diciendo bonito
Pos que le pasa a’ste [a usted]

Chaparras lindas se miran por doquier,
Güeras, morenas que son ricas también,
Que tienen sabrosura y no saben de traición,
Que entregan sus amores con alma y corazón.

México tiene una cosa que no sé,
Que el que llega de pronto no se quiere volver,
Será porque le dieron a tomar el tequila,
Será el sabroso pulque que lo hace renacer.

Ay mexicanita dame tu calor,
yo te juro por la Virgen
que si me quieres
pronto te llevo al Ecuador…


Texto de la pieza tropical Ay mexicanita, registrada en disco y filmación en la voz de Julio Jaramillo con el acompañamiento de Los Panchos.


[FOTO 04] Cartel promocional de presentación de Julio Jaramillo en el Teatro Blanquita de México. 


Las producciones cinematográficas de temática musical probaron suerte en nuestro país con películas como Romance en el Ecuador (ca. 1965), película en color con la actuación protagónica del cantante mexicano Enrique Guzmán y la participación de Ernesto Albán y Julio Jaramillo, quien canta en el Hotel Humboldt de Playas en una de las escenas del film.

Por su parte la labor de Enrique Espín Yépez más bien tuvo filiación académica. En 1944 Espín escuchó en Quito al violinista polaco Henryk Szeryng, desde entonces su actividad musical estuvo signada junto a este maestro a quien siguió hasta México[6]. Espín -a quien, Samuel Máynez, violinista y escritor azteca, consideraba paladín de la Escuela Mexicana del Violín- nos dejó, producto de sus estudios con Manuel M. Ponce y Rodolfo Halfter, su Rapsodia ecuatoriana, como un motivo nacionalista que lo retrotrae a su terruño, aunque ya no volvería a él sino temporalmente; la muerte finalmente lo encontraría radicado en México donde se afincó. En esta misma línea de la música académica, destacan la propuesta de Julián Carillo - como lo veremos más adelante– y la de Manuel Ponce[7], cuyas obras llegaron a nuestra ciudad y, aunque no ha sido factible acceder aún a las obras del insigne compositor mexicano Carlos Chávez (1899-1978), a él se debe también una obra con materiales musicales relacionados a nuestro país.




[FOTO 05] Enrique Espín integró la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Programa de mano en el que consta su nombre. México, 1946. Fuente: Archivo Sonoro de la Música Ecuatoriana.



[FOTO 06]
A su retorno temporal a Ecuador, se organizó este concierto de despedida a Espín Yépez, en la Sala Schiefer en el Distrito Federal. Espín ejecutó tres de sus obras y participaron Szering, José Rocabruna y Aurelio Fuentes. México, ca. 1948. Fuente: Archivo Sonoro de la Música Ecuatoriana.



Sin duda, los géneros de mayor incidencia en la música popular ecuatoriana fueron la canción ranchera, el corrido y mucho más el bolero, que trajo consigo el ingreso de un nuevo instrumento musical al acervo organológico de la música popular en el Ecuador: el requinto, instrumento de cuerda cuya inclusión se estandarizó en los conjuntos de pasillo ecuatoriano a partir de mediados del siglo XX; también hay que señalar aquella emulación en el estilo vocal de los tríos aztecas, en aquellos que se conformaron en nuestro país por la misma época.



[FOTO 07] Los integrantes del Dúo Benítez-Valencia: Luis Alberto Valencia (izquierda), Gonzalo Benítez y el guitarrista Bolívar Ortiz (derecha), con el cómico mexicano Mario Moreno “Cantinflas”. Quito, 1964. El Dúo ecuatoriano también realizó presentaciones en México.
La música mexicana, sobre todo desde la canción popular, formó parte en algún momento del convivir de los músicos ecuatorianos, y fue abordada desde diversas posiciones: la creación, cuando varios compositores locales han elaborado obras dentro de géneros como rancheras o boleros. Francisco Paredes Herrera, Constantino Mendoza, Nicasio Safadi crearían corridos, rancheras y boleros. El estilo interpretativo de la música mejicana se puede percibir en la ejecución musical de algunas agrupaciones de nuestra música popular, por ejemplo, esto se puede ratificar cuando escuchamos a los Brillantes con aquel pasillo abolerado.



[FOTO 08]
Una buena cantidad de cancioneros ecuatorianos traen en su contenido la producción de creadores mexicanos. Fuente: Archivo Sonoro de la Música Ecuatoriana.

Los pueblos indoamericanos muestran en sus anales, historias similares en épocas de la conquista y colonización ibérica, sin embargo suelen presentarse percepciones disímiles en relación a aspectos culturales y particularmente de la música. Poniendo en el tapete el machismo y sus diferencias en la canción de los dos países, el periodista nacional Jaime Barrera en 1941 en el artículo titulado Dice la canción opinaba que en las letras del cancionero popular pueden interpretarse las reacciones sociales y síquicas del hombre latinoamericano:

"Nuestra canción, la canción de la sierra, es en un tono general subjetiva, abstracta, hecha de dolor del alma y de amor de la vida. Canta a la amada imposible, a la que yace en el cementerio, a las sombras en que queda cuando ella se va. Es una canción fúnebre, dolorosa, de queja constante. Son palabras de maldición, de desconsuelo, de fuga. Una canción en tonos grises, vencida ya antes de nacer. Nunca indica actividad, vibración muscular. Pero es trasunto siempre de meditaciones, de soledad, de ensimismamiento.

"Mientras el hombre mejicano arrastra a la mujer, castiga a la mujer, con la cinta de cartuchos, cruzándole el fuerte pecho, nuestro hombre suplica y suspira, entrevé, esperanzado, un paraíso lejano y llora una traición. Rara vez mata el hombre en la canción, aunque amenaza constantemente con la muerte. El hombre mejicano rara vez amenaza en la canción, pero ante una mujer traidora, no le importa derramar su sangre y la del rival".




Probablemente lo más interesante de la cita es la diferenciación sonora que apunta a lo andino y lo mesoamericano. Otras veces, esas percepciones en las que se suman visiones personales, no exentas de exageraciones, provienen de distinguidos literatos. En 1963 el escritor ecuatoriano Benjamín Carrión[8], aseveraba en su ensayo El cuento de la Patria, que la música de los mexicanos era alegre y que gran parte de nuestra música popular era desconsoladora y desesperante.

“Pero la alegría del cuento de la patria, servirá para extirpar la desconsoladora y estupidizante música llamada folklórica, sin entender siquiera todo o que de alto, enraizado en la entraña y sujeto a la investigación científica tiene el folklore, esencia de lo popular. Llamar popular, criollo y, mas aún, folklórico a la musiquilla melosa y desesperante que, generalmente, sobre esos versos extranjero, con mucho entierro, suicidio y ‘tumba fría’, los músicos ‘criollos’ ponen pasillo lacrimosos que, con una variante cada vez más desesperada, constituyen el mismo pasillo que nos ha servido para ‘farras de arroz quebrado’ desde nuestra juventud, ¡ay! tan lejana, y desde las juventudes más lejanas aún -lo suponía Ud.- de nuestros padres y nuestros abuelos.

"La alegría, o por lo menos la serenidad, del cuento de la patria, ha de servir para que nuestras estaciones de radio no nos compliquen la vida con esos sonsonetes que solamente sirven para hacernos acordar de nuestras pobrezas, nuestras deudas y, en ciertos casos, de esa ‘ingrata y pérfida mujer’...

"Preferiríamos la música sincopada y rítmica que, dicen, sirvió a nuestros incas para la construcción caso inverosímil de Macchu Picchu, a los Toltecas y los Mayas para la construcción de esas maravillas de Teotihuacán, Chiché Itza y Tikal…
(Fuente: Carrión, Benjamín. El cuento de la patria: Breve historia del Ecuador, 2ed. Quito: CCE, 1973, p. 20-21).


En su ensayo sociológico Entre la ira y la esperanza, Agustín Cueva, apuntaba que nuestro país no poseía una cultura original y sincrética firmemente mestiza y que por ello la población ecuatoriana de las clases populares buscaba y hallaba elementos de afinidad simbólica en los personajes rebeldes, festivos e insolentes de la cinematografía y en la altiva letra de las canciones mexicanas, afinidad por rostros y gestos similares a los nuestros, sin embargo resultaba una identificación ficticia, pues estas representaciones eran “concebibles únicamente en un cuadro que tenga por fondo una revolución popular como la del país azteca”.

La música, como otras expresiones culturales y artísticas en dinámica continua, está provista de diversos géneros y funciones; los sentimientos, lo histórico, lo cotidiano, y en fin, aspectos que responden a nuestras vivencias en torno a la vida o la muerte se pronuncian a través de la diversidad de músicas y temáticas que se han creado en América. Naturalmente si se hiciera un análisis sociológico de sus contenidos textuales, se podría advertir -pues la música es señalada como el espejo del alma- que en ella se halla el reflejo de un pueblo en sus diversas cosmovisiones y conductas. Al fin y al cabo la música es la historia del hombre en sonidos.

Desde lo histórico ha sido el musicólogo Pedro Pablo Traversari Salazar (1874-1956) y, desde la literatura discursiva, el crítico musical Juan Pablo Muñoz Sanz (1898-1964), quienes escribieron panorámicas de la historia musical mexicana. Traversari como parte de su obra manuscrita e inédita El arte en América (Quito, 1902), incluye un capítulo sobre México y sus expresiones musicales. Así mismo, en mayo de 1940, Muñoz presentó un discurso sobre música mexicana a propósito de la actuación de la Orquesta Típica Mexicana, en el Teatro Nacional Sucre (Quito). La orquesta, dirigida por Mario Talavera, estaba conformada por cuarenta profesores que ejecutaban instrumentos, danza y música típica de su país. Cuatro años después, el 20 de noviembre, se llevó a cabo un acto cultural del Centro Ecuatoriano-Mexicano, en el cual, a propósito de la celebración de la Revolución Mexicana, intervino la Orquesta del Conservatorio Nacional de Música, bajo la batuta del mismo Muñoz.

De hecho ha habido elementos de la cultura mexicana que han influido sostenidamente entre nosotros y en algunos casos son paradigmas históricos en el siglo XX. La revolución mejicana y el indigenismo ciertamente incidieron en el pensamiento y acción de los pueblos latinoamericanos. Otros elementos culturales mexicanos se dispersaron principalmente a través de mediadores audiovisuales. Las películas de la llamada época de oro del cine mexicano, las radionovelas, las producciones discográficas de los grandes cantantes como Jorge Negrete[9], Pedro Infante[10] o Antonio Aguilar[11] y las creaciones de José Alfredo Jiménez (1926-1973); los cómic, la televisión y su versión de sow busines made in mexican con las homogenizantes versiones pop, son una muestra.

[FOTO 09]
Benito Juárez y Eugenio Espejo constan en la ilustración de la portada del libro del Dr. Segundo Maiguashca, Quito, 1949. Fuente: Archivo Sonoro de la Música Ecuatoriana.
En nuestra siguiente entrega, luego de este somero panorama general de intercambios culturales, vamos a procurar divulgar ciertos aspectos poco conocidos en torno a la relación musical México-Ecuador, que se originan allá por los años veintes y treintas y que pretenden destacar la obra de uno de los innovadores más importantes que ha generado México, así como una pequeña historia de cómo su obra y la admiración que produjo su principal motivador Julián Carrillo incidieron en nuestro medio musical. 


Fuentes:

Barrera B., Jaime. "Dice la canción". Crónicas de Max Lux, p. 36-38. Quito: Editorial Biblioteca Propia, 1941.
Carrión, Benjamín. El cuento de la patria: Breve historia del Ecuador, 2ed. Quito: CCE, 1973.
Cueva, Agustín. Entre la ira y la esperanza (ensayo sobre la cultura nacional). Quito: Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1967.
Encalada y Cía. Catálogo provisional discos ecuatorianos Favorita, impresos en Guayaquil y Quito. Guayaquil: Encalada y Cía., [s.f., ca. 1912].
Guerrero Gutiérrez, Pablo. Bibliografía para el estudio de la música en el Ecuador [mec.]. Quito, 1982-1998. En prensa.
Guerrero Gutiérrez, Pablo. Enciclopedia de la música ecuatoriana, t. I, t. II. Quito: CONMUSICA, 2002-2005.
Mera, Juan León. Estudio sobre los cantares del pueblo ecuatoriano. [Quito]: Imprenta del Gobierno, 1886.
Mera, Juan León. Cantares del pueblo ecuatoriano, Antología Ecuatoriana, t. I. Quito: Imprenta de la Universidad Central del Ecuador, 1892.
Traversari Salazar, Pedro Pablo. El arte en América ó sea historia del arte musical indígena y popular [manuscrito]. 1902.

Fuentes web:
Galarza Dávila, Fausto. “Ecuatorianos en México”. En:
http://www.aunamexico.org/publicaciones/enmarcha/n4/bol4oct07-galarza.htm
Máynez Champion, Samuel. “Enrique Espín Yépez: atisbos de una vocación. In memoriam!. En: Conservatorianos, años 2, de mayo-junio, p. 24- 26. México: Fundación René Avilés Fabila, 2004. En:http://www.conservatorianos.com.mx/indicenueve.htm




Anexo I

Discurso pronunciado por el Sr. Juan Pablo Muñoz S. presentando
a la orquesta típica mexicana en el Sucre

Juan Pablo Muñoz Sanz

Discurso con el cual fue presen­tada al público la gran audición ofrecida en el Teatro Sucre, por la Orquesta Típica Mexicana:

Excmo. señor Encargado del Po­der Ejecutivo. Excmo. señor Em­bajador de Méjico en Misión Es­pecial, Honorables miembros del Cuerpo Diplomático, señores Ministros de Estado, señoras, señores:

Una bizarra nave mejicana va desdoblando su estela de fraternidad por las costas amerindias. A bordo se embarcaron hombres que llevan sobre el corazón tatuada el águila y la ''Esfinge india de la Sierpe Alada". Tomaron rumbo hacia la perspectiva sur del Continente, corno quien marcha en busca de sí mismo hacia un espejo. De la parte de acá les aguar­daban sus hermanos de la tez curtida por el sol del Incario. Cada puerto les ayuda a echar anclas de profundidad en el alma de América. A los ojos de estos navegantes, que enseñan confiados su gran tesoro de color y sonidos, los muelles donde han ido dejan­do su mensaje brillaron como es­trellas para fijarla ruta. Y aho­ra se deslizan por playa ecuato­riana. Llegan hasta el rincón interandino donde se guardan en un gran relicario de volcanes y se singularizan por la fe y el amor de una ciudad legendaria, el mismo sentido, el culto y obras patrimonio de la América artís­tica.

Esos hombres forman la Emba­jada que viene del país donde el hombre trabaja por su redención y para ella, de un país ancho y fuerte en sus tres dimensiones: Arte, Nacionalismo y Revolución, tres dimensiones que le dan su volumen característico, sea o no grato al que lo mira. Caracte­rístico, porque cada dimensión tiene sentido auténtico, valor trascendental, ideología propia. El arte de Méjico no es calco; su na­cionalismo, no presupone avidez y ultraje; su revolución la dirigen caudillos, pero la siente, exige y pelea, su pueblo: está en el alma, no en los labios; no conspira, sino vence y crea.

El mejicano siente, quiere y piensa en mejicano; por lo mismo, se equivoca o acierta en mejicano. Equivocarse en nacional es un modo seguro de preparar aciertos nacionales: el que se equivoca imitando no acertará a rectifi­carse nunca. Equivocación en nacional significa aprendizaje, y acierto de esa índole es granítica estructura.

Méjico tiene y ama su autoctonismo: lo cultiva para hacerlo fecundo. Ya que biológica e his­tóricamente resulta imposible fí­sico reconstruir lo aborigen puro, este pueblo es de los que, sin re­negar de su pasado, construyen su presente neoaborigen, haciéndose acreedor al derecho de exigir justicia y buen entendimiento de los hombres que han oído en sí la voz de una conciencia americana.

La música en Méjico
Las tres dimensiones concretas de la personalidad mejicana se revelan a cada paso en sus obras de arte, y, naturalmente en la música. La decoración mejicana es música y su música es decora­ción: hay plástica siempre. Pa­ra conservar este privilegio ha debido hacerse nacionalista, y lo ha sido sin violencia alguna. El nacionalismo musical, como todos los nacionalismos, es una rebe­lión, más o menos romántica, con­tra el universalismo de los clási­cos. Con la tendencia, en un principio revolucionaria, del naciona­lismo se trata de descubrir lo ge­nuino, lo que traduce bien “los matices de nuestra sensibilidad". El inspirador de todos los nacio­nalismos fue el canto popular, y en Méjico, el canto popular es una gran corriente anímica sub­terránea que lleva frescura a los labios resecos por la protesta o quemantes por la alegría. El de­nominador común de toda música americana es la tristeza; pero en Méjico, esa tristeza suele metamorfosearse cuando apunta el triunfo reivindicador, por una ley biológica universal, y, desde las clases populares, la canción antes soslayada se eleva hasta las cultas. A partir de 1910, la can­ción mejicana "pudo entrar en los salones de una sociedad que sólo admitía música extranjera": triunfo del espíritu mejicano en toda la amplitud de su segunda y ter­cera dimensiones, nacionalismo y revolución. La "Adelita", la "Valentina", la "Cucaracha", las tan populares canciones del soldado de esa época, fueron proclamas que jalonaron esas dimensiones.

Antes y después de las citadas, bailó y cantó el pueblo mejicano sus valonas, jarabes, sandungas, huapangos, mañanitas y corridos: fecundia de mestizaje rítmico-melódico y de criollismo sentimental; ningún olvido de lo propio y filial amor a lo hispano-arábigo hecho, carne de un nuevo autoctonismo.

Así, la música mejicana tiene su prehistoria, conforme a la idiosin­crasia tolteca, gicalauca, otomite, alcohui o azteca de los habitan­tes de Anáhuac; el aborigen de esa lejana época se estremece al ritmo de sus teponaztlis y huéhuetls o de sus timbales .de ma­dera laqueada o de oro y plata. Con sus instrumentos de aliento de variados tipos los indígenas ensalzaron bellezas e intuyeron misterios, elevándose desde su propia alma y el alma de los ani­males y de las cosas hasta rozar con los enigmas siderales, como Pitágoras; por eso, el arte de es­te período encuentra su Mecenas en Nezahualcoyotl, y en su mi­tología, Apolo está representado por Macuilxóchitl.

Con Hernán Cortés y sus solda­dos, misioneros, cronistas y trove­ros se desborda el aluvión y da comienzo el mestizaje. Un siglo después, la síntesis, es decir, el alba de una nueva au­toctonía, inicia su milagro. Pero la música del coloniaje vive en el subsuelo nacional. Tímidamente se insinúan en el teatro los sonecitos; ni la virreyna es indiferente al "churripampli" o a "la ja­ranita", y el jarabe entusiasmó pronto a los cortesanos. No obstante la pasajera admiración, la música popular sigue su álveo propio, si bien con tanta fuerza como le es dable a un caudal que tiene por afluentes millones de almas.

Transcurre el siglo de la forma­ción republicana, y al principiar el siglo XX se realiza lo que he­mos apuntado. Hoy Méjico tie­ne músicos de la más alta calidad y en número suficiente para mantener su cetro nacionalista y, si se quiere, un remoto afán universalista; porque, como era de es­perarse, tiene el hombre de una revolución técnico-musical, Ju­lián Carrillo, y su teoría del so­nido "13", o sea, de la subdivisión del tono en cuartos, octavos y dieciseisavos.

Pero el arte popular mejicano es aún más vivo y palpitante que todas sus audacias teoréticas y sus magníficas realizaciones de alto estilo. Ese arte popular viene hacia nosotros esta noche; su alien­to cálido triunfará de todo indife­rentismo, extrañeza o duda, supo­niéndolos, existentes en una co­munidad racial.

Señores: cuantas veces nos agui­jonea la tentación de hallarle con­tenido y hasta volumen corpóreo a la americanidad, surge el bloque mejicano con todo el poder de lo definido, lo imprescindible lo morfológico, y nos decimos he aquí un prototipo de america­nidad integral.

Para confirmarlo, tenemos entre nosotros la Embajada mejicana de cultura. La personalidad del Excelentísimo Embajador, señor Coronel don Ignacio Beteta, Jefe de la Embajada, y la de cada uno de sus distinguidos miembros, re­flejan a maravilla esa personali­dad mejicana inconfundible.

Bienvenidos, señores embajado­res de la cultura mejicana: vues­tra contextura espiritual ancha y fuerte invita a todos los que os quieren y comprenden al viril go­ce de estrecharos la mano.

Fuente:“Discurso pronunciado por el Sr. Juan Pablo Muñoz S. presentando a la orquesta típica mexicana en el Sucre”. En: El Comercio. Quito, 4 mayo, 1940.



Notas:
[1] San Gabriel, Jalisco, 1895- Lima, 1974. Tenor mexicano que en 1940 se hace monje franciscano.[2] Mérida, 1889, Ciudad de México 7 enero 1972. Poetisa.[3] El cantante y médico mexicano Alfonso Ortiz Tirado recibió en Quito un homenaje de parte del Departamento de Cultura y del Club Femenino de Cultura. Se organizó un recital en el que participaron el cuarteto de cuerdas del Conservatorio Nacional dirigido por Enrique Espín; el Coro de las Hijas de María que interpreta la pieza Yaraví de Sixto María Durán; y el Dúo Benítez-Valencia. En este acto Alfonso Ortiz Tirado se comprometió a difundir la música ecuatoriana en otros países americanos.[4] Enrique Espín Yépez. Quito, 9 noviembre, 1924 - México, 21 de mayo, 1997. Compositor y violinista. Entre sus obras destacan Suite del yaraví, para cuerdas; Rapsodia ecuatoriana, para piano y orquesta; Preludio, tema y variaciones para piano y orquesta. En lo popular destacan el albazo Solito y los populares pasillos Pasional, Confesión, Espérame.[5] En Youtube puede verse el video de este tema. www.youtube.com/watch?v=CE6FfTtrMtk
[6] La revista Estampa de México trae el siguiente comentario de Henrik Szeryng: “Espín Yépez posee un empeño muy particular en difundir la música ecuatoriana en México, para luego hacer el recorrido por otras repúblicas, y para lo cual se encuentra muy bien capacitado, ya que además de compositor es violinista” // ”La Casa de la Cultura Ecuatoriana acertó al enviarle a México, para que completara sus estudios en el Conservatorio Nacional y creo que en este ambiente tan propicio al desarrollo intelectual, su talento podrá dar excelentes frutos” // “… considerando la enorme propagación que tuvo hace pocas décadas el tango argentino, últimamente la música brasileña y actualmente la música mexicana. Es necesario que al Ecuador le corresponda su turno, mediante una divulgación más amplia de música, para satisfacer su legítimo afán de difundir los frutos de su patrimonio artístico”. (Estampa, año VII, Nº 333, p. 37. México, 1945).[7] Juan Pablo Muñoz Sanz publicó una reseña de este compositor mexicano en la revista del Conservatorio (1950).[8] Loja, 1897- Quito, 1979. Literato, galardonado en México con el Premio Benito Juárez en 1968. Benjamín Carrión fue Presidente del Instituto Ecuatoriano-Mexicano; en noviembre de 1944, en acto de este organismo hizo una semblanza del pueblo mexicano y de su revolución en marcha. En el acto participó la orquesta del Conservatorio Nacional y la soprano Rosario León, quien cantó dos piezas mexicanas: Estrellita y Cielito lindo. (“Celebración de la revolución mexicana”. En: Últimas Noticias. Quito, 21 noviembre 1944.)[9] Guanajuato, México, 1911-Los Ángeles, 1953. Cantante y actor.[10] Pedro Infante Cruz. Mazatlán, Sinaloa, México, 18 noviembre, 1917- Mérida, 15 abril, 1957. Cantante y actor de la Época de Oro del Cine Mexicano.[11] 17 de mayo, 1919-2007. Cantante y actor.

1 comentario:

  1. Extraordinaria labor de Don Pablo Guerrero,su
    obra va mas alla de la investigacion e informacion de para mi poco conocidas anecdotas,bibliografias,etc.
    Buscaba la partitura para piano de "Guayaquil
    de mis Amores" y obtuve "Alma en los Labios"
    muy codociada por mi.
    Dios lo bendiga Señor don Fidel Pablo Guerrero
    Gutierrez.

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